26 diciembre, 2009

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA. Colosenses 3, 12-21 ; Lucas 2, 41-52


LA FAMILIA DE NAZARET


La de Nazaret tuvo que ser una familia extraordinaria, aunque tendrían también sus pequeñas discusiones, sus desencuentros... nos lo refiere San Lucas en el evangelio de hoy cuando el Niño desaparece y la Madre cruza con Él reproches de madre: Niño, ¿dónde estabas?, qué ahogo hemos tenido tu padre y yo hasta que pudimos encontrarte...


La ausencia, las tristezas, la falta de trabajo, el misterio de ese Niño que crecía sin saber muy bien en qué dirección y hasta qué altura... Sin embargo, todas las dificultades fueron superadas en la Sagrada Familia por una fe inquebrantable en Dios. María aceptó del ángel el compromiso de engendrar al Mesías-Salvador, sin quiebros ni lamentaciones, sin más pruebas que el fuego que en el vientre ya le ardía. San José, con la tristeza de saber que el Hijo de su esposa no era suyo, cree en sueños la voz de Dios que otro ángel le ha puesto en la boca como una fruta necesaria. Acepta a María desde Dios. Por Dios abraza el compromiso de ser el padre de familia... La fe les ha llevado a encontrarse en ellos mismos y a contagiarse de empeños y alegrías.


La fe en Dios y el respeto a las genuinas personalidades de cada uno de los miembros de la familia, construyendo entre todos un pedestal de comprensión, supieron ser para el mundo y la historia el ejemplo que no apagan los tiempos y es difícil que se mejore en los nuestros.



NUESTRAS FAMILIAS


Decía el Papa Benedicto en una de sus últimas homilías que ve al hombre de hoy como desorientado, igual que en el aire los pájaros perdidos. Si miramos a nuestras familias --muchas de ellas tan entrañables-- echamos en falta la fe de los hijos que no escucharon lo suficiente la palabra de Dios en sus padres. Puede, también, que se les quebrara la fe que les anunciamos por el mal ejemplo que les dimos. Ellos son nuestro desvelo por la dicha que se pierden de no tener a Dios al alcance de los abrazos.


La autoridad de los padres nunca debe ser rigor, sino contemplación de la particularidad de sus hijos y respuestas generosas y firmes a los cómodos planteamientos de la modernidad que apenas si tienen desembocadura. La autoridad es un pacto que, en familia, debe coronar el amor para que nos llegue del todo la sabiduría.


Bienaventuradas las familias que son lámpara, aunque se duelan alguna vez por el roce de las quemaduras.

12 diciembre, 2009

DOMINGO III DE ADVIENTO o DE GAUDETE. Filipenses 4,4-7 ; Lucas 3, 10ss




ALEGRES EN EL SEÑOR

El domingo III de Adviento también se llama de Gaudete, o de gozo, porque toda la liturgia gira en torno a la alegría motivada por el nacimiento del Hijo de Dios.

Del mismo modo que no es concebible un santo maleducado, tampoco es imaginable un santo triste que, en labios de santa Teresa, no pasaría de ser un triste santo. El hecho sólo de aguardar a quien viene, de ponerle estrellas a la noche del mundo, ya es suficiente como para echarnos a las calles del alma con las panderetas que anuncian nuestra liberación.

En nuestras liturgias a veces se confunde la alegría con la falta de respeto, el gozo con la vulgaridad. Es cierto que en cada Eucaristía deberíamos rebosar de contento porque también nosotros nacemos cuando comulgamos. Faltaría ensamblar con mejor gusto los gestos y las canciones con la elegante hermosura del Dios aparecido.

Nosotros, alegres y esperanzados en el Niño Jesús, hemos escrito esta tarjeta de Navidad que os ha de llegar con el sentido fraterno de siempre:

Por las rendijas de la noche. Por las del olvido y la indiferencia de algunos grupos sociales. Por los agujeros de la soledad o el sufrimiento de los enfermos. Por las grietas de los parados y el asombro interminable de los pobres. Por el vacío de conciencia de quienes legislan contra la vida. Por encima y por debajo de las muchas sombras... En fin, por las ranuras de todas las puertas, como hace la luz, Dios se abre paso y nos alumbra en el nacer de Jesucristo.

CADA UNO CON SU DEBILIDAD

Este cuadro de Tiziano nos presenta a un Juan Bautista, entre adolescente y joven, signo primero de la alegría de este domingo, y anticipo de una espléndida madurez que va a acompañar la sabiduría de las respuestas a quienes hoy le siguen y le preguntan. Después de un contagioso anuncio del Mesías, el mismo san Lucas divide en tres grupos a los preocupados por mejorar.

Los primeros que desean cambiar son los gentiles, es decir, el pueblo en el que todos estamos representados. Nosotros, desde Juan, pretendemos actualizar sus respuestas: Por costumbre, tenemos más cosas de las debidas sin advertir a los que carecen de lo imprescindible. Por costumbre llenamos los armarios con ropas para cada ocasión y seguimos con un frío en los huesos que no remedia el abrigo. Por costumbre cerramos las manos y los ojos al dolor o a la pobreza de muchos. Es hora de sacar las túnicas de los armarios antes de que la polilla ponga en evidencia los agujeros del egoísmo.

Los publicanos tampoco saben qué hacer ante la venida de Jesús. No carguéis a nadie con fardos que pesan demasiado, les argumenta san Juan, fardos que vosotros no seríais capaces de soportar. Sed comprensivos con los débiles, porque Dios se acomoda a los pasos del hombre y ofrece horizontes de eternidad para los lentos.

También los militares se sienten interpelados por el anuncio de Juan y solicitan las claves para ordenar sus vidas... No extorsionéis a nadie. Demostrad que verdaderamente sois poderosos poniéndoos a la altura de los humildes. Y conformaos con lo que cada uno tiene sin quitarle a los demás lo que aún no os pertenece.

Con estas normas, aparentemente sencillas, el Precursor se anticipa a la salvación. Cumplirlas está al alcance de nuestra mano, aunque nuestra mano se nos pueda quedarnos pequeña por tanto tiempo como la tuvimos cerrada.

04 diciembre, 2009

DOMINGO II DE ADVIENTO. BARUC 5, 1-19 ; LUCAS 3, 1-6



LOS CAMINOS TORCIDOS






Izquierda Republicana de Cataluña, a cuyos miembros parece que les estorba todo menos su propia ignorancia, ha propuesto en el Congreso que se retiren los Crucifijos de los Colegios, así, sin especificar más (Y los Belenes y las imágenes y cuanto pueda "herir"´las sensibilidades de los más sensibles, que se necesita ser sensible para quedar herido por un belén). Y los que nos gobiernan, que también parece estorbarles todo lo religioso por las mismas razones, se han adherido a la propuesta sin saber si se referían a los colegios privados, a los públicos, a los concertados o a todos a la vez. Les basta con oír algo que vaya en contra del cristianismo como para sumarse al yo me opongo. Después, cuando aspiran los perfumes de la resignada calle que ya no sabe con qué asombro quedarse, retiran lo votado porque no está entre las prioridades del Gobierno. Y si no está, por qué no estuvo cuando votaron... Inmenso debe ser el pecado que estamos expiando.



Mientras tanto Cristo, desde su sonrisa crucificada, sigue presidiendo las esperanzas de los hombres y señalando, con sus brazos abiertos, que el amor es la señal más verdadera de los trasiegos humanos y la única que salva, incluso a los que aún no pudieron darse cuenta de que van por caminos torcidos, sencillamente porque zigzaguean la vida sin llevarlos a ningún sitio verdadero.


Antes, cuando veíamos a alguien desorientado, se decía: Está en Belén con los pastores... Ahora, sin Belén ¿adónde irán a parar los confundidos?.






TODOS VERÁN LA SALVACIÓN




San Lucas es preciso al recordarnos que en la vida pública de Jesús Tiberio era emperador y Pilatos su vicario en gobierno de Judea... Todos estaban en el sitio de la Historia y ninguno de aquellos poderosos pudo escuchar la palabra de salvación que Juan anunciaba. Sus palabras de gobernantes se acercaban más a las trampas de la política, al festejo del poder. No se puede escuchar la Verdad con tanto ruido alrededor, con tantas ambiciones dentro.
Las palabras de Juan, y luego las de Cristo, se han de escuchar con más precisión en el desierto. Solos a solas, como diría Santa Teresa. En secreto, que nadie me veía, según fray Juan de la Cruz. Y el desierto del hombre es el despojo, desde donde puede vivirse la humildad exagerada al compartir con la arena la impotencia de no dar frutos; en el desierto, la oración es consecuencia de mirarse por dentro ("quien habla solo espera hablar a Dios un día"). Y en el desierto se ve más claramente dónde anidan los males que hemos de denunciar, empezando por nosotros mismos.