28 febrero, 2010

DOMINGO II DE CUARESMA Génesis 15, 5ss ; Lucas 9, 28-36



ABRAHAM CON SU PENA



En la vida se alcanzan muchas metas, menos aquellas con las que hemos soñado. Casi nada se nos cumple a la manera humana ni en el tiempo que creemos oportuno. Abrahám saldría a pasear buscándose en la soledad, apenado en lo más hondo, porque Dios no se había acordado de concederle un hijo. Vacío que en su raza significaba a una maldición.

Viejo y con una esposa estéril tuvieron que ser muy largas las noches para el profeta que, en una de sus duermevelas, escuchó de pronto la respuesta para su desaliento:

-Abrahám, mira al cielo. Cada punto de luz debe ser para tí una esperanza. Tantos hijos tendrás, y tan diversos, como en color y en tamaño tienen estrellas las madrugadas.

Y se quedaría Abrahám intentando agrupar en una sola mirada semejante vaivén de resplandores...

De aquella pena y de aquella esperanza todos nosotros somos hijos.

La herencia de la promesa a Abrahám estallada en el cristianismo, se hace carne en la angustia de llegar a viejos y no dejar descendencia de buenas obras, de progresos en santidad. Las noches de la vejez son casi todas noches de soledad, y nos hace falta la presencia y la voz de Jesucristo que nos ayude a reconocer en las estrellas que brillan detrás de lo oscuro, la gracia que resplandece detrás de los pecados. Vivir es aguardar y morir es haber encontrado por fin lo que esperábamos.

13 febrero, 2010

DOMINGO VI del TIEMPO ORDINARIO. Jeremías 17, 5-8 ; Lucas 6, 17ss




UN ÁRBOL JUNTO AL AGUA




El agua incesante del diluvio. El agua ancha y abierta del mar Rojo. El agua trinitaria del Jordán. El agua que luego fuera vino en Caná. El agua risueña del Guadalquivir subida a la albolafia. El agua viva del pecho muerto de Jesús. El agua de la acequia de Dios llena de agua. El agua de la fuente que mana y corre, aunque es de noche... De todas las aguas abrazadas surge la vida como un milagro real e inesperado.
Desde la sed del corazón humano, nos advierte el profeta Jeremías, que el árbol nuestro será difícil que crezca si no está junto al agua. Si queremos que las hojas mantengan su frescura, son imprescindibles las aguas de Dios. Si esperamos a su tiempo los frutos, en vano aguardaremos cosecha verdadera si Dios no nos moja la tierra cuarteada. Se secará la raíz, como un pájaro sin aire, si al árbol plantado junto a nuestra casa no goza de las lluvias necesarias.

No obstante, el agua indispensable ha de ser buscada, encontrada y retenida. Buscada con ansias, conscientes de vivir en un desierto sin que aún se haya vislumbrado el oásis. Encontrada en la Eucaristía, donde Cristo es manantial, agua de mayo bienhechora. Y retenida en el algibe de la constante revisión de la fe, en su valoración y mimo, para que las próximas sequías, en los tiempos del dolor o de la duda, echemos mano de los ahorros.


EL SUFRIMIENTO DE LA FELICIDAD

Acostumbrado a sacarle punta a los ovillos, advierto cómo san Lucas refiere que Jesús hace bajar del monte a sus discípulos hasta que alcanzan un llano donde les abre el mapa de la felicidad. Como si quisiera decirnos que el monte, metáfora del esfuerzo y el despojo, es inalcanzable para todas las voluntades. Y propone la llanura, aunque sea llanura costosa, para todo lo que va a decir.

-Bienaventurados los pobres, los misericordiosos, los que padecen persecución... Bienaventurados, felices todos.

El Maestro les abre el mapa de la felicidad donde están señalados los puntos para conseguirla. ¿Por qué, si la única ambición del hombre es la de ser feliz, no vivimos las bienaventuranzas como el mejor itinerario?... Las nadas de fray Juan son el precio del Todo. Hemos de quedarnos en pura Providencia, vaciados de todo lo que no sea Dios, para conseguir a Dios del todo: la plena felicidad.

Trabajo nos sigue costando fiarnos enteramente de Jesucristo. Lo nuestro es un sí pero con condiciones, un abrir la mano a medias con un buen puñado de trigo en la reserva. La felicidad es proporcional a la entrega ofrecida, como la libertad se alcanza sólo cuando se secan las alas.

La paciencia de la luz, sin embargo, hace que poco a poco adelgace en nosotros la sombra. Algún día pasaremos de la llanura de la palabra a la alegría de cumplirla.

06 febrero, 2010

DOMINGO V del TIEMPO ORDINARIO. (ciclo C) Isaías 6, 1ss ; Lucas 5, 1-11

EL ASCUA SOBRE LOS LABIOS

Isaías nos alumbra hoy con un nuevo resplandor de esperanza. Acaba de morir el rey Ozías y el profeta tiene una visión de ángeles que aclaman la plena santidad del Dios Todopoderoso, hasta el punto que tiemblan las jambas de las puertas y, con él, todo el universo tiembla pensando que ha visto a Dios aún teniendo labios impuros y en medio de un pueblo que sufre la misma impureza. Un ángel, sin embargo, toma un ascua del fuego del altar y se la pone a Isaías en la boca del corazón y la palabra, ofreciéndole una purificación que ya nunca habrá de abandonarle...
Así nuestra vida. Con frecuencia estamos solos ante las muchas e insolentes preguntas que hace en cada corazón la soledad. No tenemos, como dice Alejandra Pizarnik, más mobiliario entonces que una lámpara, una ventana y una conciencia... Y a ese mobiliario lo azota la irremediable tempestad de los tiempos perdidos, de los viejos pecados , de la luna que mira sobre su barca de sombra.
Lo que yo entiendo que quiere trasmitirnos el profeta a los creyentes, es el recuerdo del fuego del Espíritu que nos acompaña cambiando el frío en temperaturas de amor, el pecado de las carnes impuras en el beso del mejor labio; y la conciencia, ese pájaro que no descansa, en un paisaje de jardines recién brotados, como una mañana en que nacieran los colores.
BOGA MAR ADENTRO
Vuelve el mar con su vela al viento y su fatiga, con su misterio y su rizo de aguas inquietas. Pedro sólo tenía ojos para mirar la red vacía despues de una noche sin sábanas y sin peces. Jesús, por el contrario, sentía cansancio por el aprieto de la gente que le seguía. Subido a la barca de Pedro le ordena:
-¡Rema mar adentro!...
Y Pedro, que conocía aun desde las orillas la carne del agua, le hace saber al Maestro que esa noche es inútil intentar de nuevo la pesca merecida.
-¡Rema mar adentro!...
Y el mar amigo de Galilea escucha a su modo la palabra y ordena a sus aguas que en azul se abran
dejando paso a la cosecha inmensa que reservaban para otro momento. Pedro rompe entonces con el pensamiento el papel de lo que sabe y comienza a escribir, en una cabeza nueva, la experiencia de esa mañana: Señor, apártate de mí que soy un pobre pecador...
--Desde ahora, serás pescador de hombres...
Después de las palabras de Jesús no le debió quedar serenidad a Pedro, buscando en el oleaje de su intimidad otro mar desconocido donde, desde ahora, habría de echar las redes: el mar de la vida, el mar de los hombres, el misterioso mar que verdea con la esperanza de un Dios en Jesucristo recién llegado que no quiere barcas en reposo, ni en orillas mucho tiempo, sino más adentro, donde se sufren los vaivenes y se aprende a confiar en la llegada. Es en la adversidad, dice san Juan de la Cruz, donde Dios se comunica con el alma más abundamentemente, con mayor suavidad.