28 mayo, 2011

DOMINGO VI de PASCUA . San Pedro 3, 15-18 ; Juan 14, 15-21

EL DEFENSOR

Como no siempre apunto lo que me estremece, ahora mismo no recuerdo quién es el autor de esta frase que tan bien nos enmarca en la liturgia de este domingo: Lo que más ofende es la lejanía de las personas a las que amamos y lo que de verdad nos defiende es la presencia de aquellos que nos aman.


Nadie nos ama más que Cristo. Nada como la luz de la fe para sentirnos seguros en medio de las muchas nieblas y tinieblas de cada día. Pero es indispensable una condición para sentir esa presencia: llegar a lo profundo de nosotros mismos, al agua de la mayor hondura. Es necesario interiorizar la Palabra y convertirla en vida y sacramento. Es preciso escribir poco a poco la novela del alma.


Sólo con la Palabra hecha carne sobre la carne propia seremos un Destino, para nosotros mismos y para los demás. Esa fue exactamente la promesa de Dios a Abraham: Serás Bendición y Destino. Bendición por haber hurgado en su intimidad reclamando una respuesta a los hervores del pecho, a la multitud de los caminos: ansias que Dios oyó ungiéndolas con el aceite de su boca. Y Destino, porque los hombres y los pájaros de los siglos sucesivos han bebido en la fidelidad de esa promesa cumplida en el amor de Dios.


Os amo. No os dejaré huérfanos. Permanecerá con vosotros el Defensor... Y una noria de sangre en el tiempo sigue repartiendo la Vida en la esperanza de la Iglesia.

21 mayo, 2011

DOMINGO V de PASCUA. Hechos 6, 1-7 ; Juan 14, 1-12

S. Felipe, diácono

TEMBLORES

La presencia de Jesús alejando los temblores de nuestro corazón debiera ser suficiente para que desaparecieran de nuestra vida las dudas y los miedos. Porque Él camina cada día a nuestro lado, incluso, como escribe san Juan de la Cruz en su Cántico, sabiendo que Dios nunca se ausenta del alma, aunque esté en pecado mortal.


Sin embargo, temblamos al ver un porvenir incierto en la creciente desertización de los campos y de muchas parcelas de juventud. Temblamos al aguardar el diagnóstico de una biopsia que, con incertidumbres en el gesto, nos mandó realizar el médico de cabecera. Temblamos al comprobar que, después de cotizar tantos años, apenas si la jubilación nos alcanza para pagar la multitud de impuestos que circulan los finales de mes por la autopista de los bancos a más de ciento diez kilómetros por hora. Y cuando descubrimos algún perfil oscuro sobre el horizonte, sentimos el temblor de la muerte como la más inquietante de las caricias. También, cuando comprobamos la escasez de vocaciones sacerdotales y algunas voces reclaman la ordenación de diáconos en nuestras parroquias, tiemblan de inseguridad muchos corazones que definen en la Iglesia.


...Que no tiemble vuestro corazón.


Necesitamos aferrarnos a esa piedra de la palabra divina porque estamos edificando hoy la ciudad de nuestros sueños con barajas de naipe. Todo creemos saberlo. El hombre se sabe dueño de la creación sólo porque puede edificar rascacielos sin haber aprendido aún a elevar a ese cielo las razones del alma... En estos días, en los que jóvenes y no tan jóvenes se concentran para pedir algunas legitimidades, se hacen espaldas unos a otros, son entrevistados para que expresen sus desencantos... ninguno de ellos ha preguntado por Dios, nadie solicita edificar la casa de su vida desde el evangelio de Jesucristo... Se les caerá la casa o se les quedará pequeña o agrietada a los pocos años. Nadie en las plazas pregunta por Dios, pero Dios todos los días pregunta por ellos.



07 mayo, 2011

DOMINGO III de PASCUA Lucas 24, 13-35

PRIMERAS COMUNIONES

Casi siempre los saltos de la memoria suelen conducir a los saltos de la infancia, cuando jugar era indispensable para ir conociendo con los amigos el pequeño magisterio de la vida. Recuerdo que las fiestas más gozadas coincidían con la salida del colegio o cuando alguno de los hermanos se adelantaba a comunicarnos que había venido la abuela con la seguridad de un regalillo capaz de dejarnos sin respiración unos minutos.


El 19 de marzo de mis nueve años recibí la Primera Comunión- El ayuno de 24 horas que entonces se hacía, hasta de agua, mantuvo a mi madre en vilo toda la noche por si se me ocurría levantarme a beber y estropear así, irremediablemente, el gran suceso que había convocado a la familia.


Ni agua, ni un sorbo de leche, en ayunas también de conocimientos, de oraciones y de lo que Aquello suponía, fui al altar de marino, sin que en ningún rincón del altar el barco apareciera. El sacerdote --creo que don Manuel se llamaba-- puso en nuestras bocas el panderito de harina, que escribiera Lorca, tras juntar las manos y cerrar los ojos (nunca supe de qué tenía que recogerme en ese recogimiento), nos dieron en casa un chocolate con bizcochos y, como si se tratara de ocasión que pintan calva, rápidamente a pedir a las vecinas y parientes y demás visitas programadas, con el pretexto de las estampitas y de que nos vieran, esos cinco duros que caían en la descarada limosnera y que contribuían a pagar el misalito de nácar o el fleco de las hombreras. Eso era todo. Y era mucho.


Los niños de hoy --como los de antes-- no tienen apenas sentido de lo que significa Cristo en sus vidas... aunque eso sería, por ahora, lo de menos. Lo demás es que a nuestros niños se les tapa esa ignorancia con codicia, y muchos esperan el día de su Primera Comunión con la rabieta del que se siente con derecho a un protagonismo desmedido.


A todos los primeros comulgantes de esta primavera, quiero regalarles el recuerdo de un cuento de Herman Hesse, que no se puede conseguir sino en el almacén de los libros:


Augusto había recibido en su bautismo el regalo de un padrino misterioso que consiguió al niño lo que la señora Elisabeth había pedido para él: Que fuese amado por todos.


Así creció el hijo, rodeado de mimos, entre alabanzas por méritos de los que Augusto no era responsable, pues todo era un don. Los halagos hicieron de Augusto un adolescente caprichoso y más tarde un joven despreciativo. Pero en medio de los agasajos que le trajo la fortuna, Augusto no era feliz... y decidió buscar el modo de quitarse la vida.


Con el veneno ya en sus manos para morir, aquel padrino del mejor regalo sorprende al suicida haciéndose responsable de sus desdichas:


-Estás a tiempo, Augusto, puedes cambiar el don que te ofrecí aquel día obedeciendo el ruego de tu madre.


Y el que era amado por todos descubrió por primera vez la raya de la esperanza:


-Te agradezco, bueno y poderoso padrino, esta oportunidad que vuelves a regalarme. Concédeme que sea yo ahora el que comience a amar.


Y Augusto se olvidó de la muerte porque ya era feliz.