29 enero, 2011

DOMINGO IV del TIEMPO ORDINARIO

¿QUÉ PASARÍA SI...?

Confieso que siempre me dieron vértigo las bienaventuranzas. Porque son un grito en la rutina, un clamor en el sueño, un intento válido de anunciarnos que hay otras maneras de vivir la vida. Porque Jesucristo, en un instante, ha sabido colocar lo de abajo arriba y lo de arriba abajo, mientras aquella multitud junto al lago seguía sus palabras con asombro.

Vértigo me siguen dando porque yo también participo de un mundo que está al revés de lo que Jesús anuncia y, lo que es peor, no tiene la menor intención de cambiar de postura. Con qué papel de regalo envolveríamos hoy las bienaventuranzas para que fuesen un acierto en la vida de todos. Desde ellas, se me ocurre soltar al viento tres preguntas:

-¿QUÉ PASARÍA SI los ricos decidieran probar, al menos por un día, a vivir como los pobres?. Estoy seguro que sacarían a flote muchas desgracias y el equilibrio del bien marcaría una ancha sonrisa sobre los pueblos... Ayer reclamó mi atención una señora con hijo enfermo y esposo desocupado, que intenta sobrevivir con seiscientos euros, después de pagar un alquiler de cuatrocientos cincuenta y un recibo de luz que deslumbra por injusto: A mi esposo le han regalado un barquito para que la mar le ayude con el pulpo, pero también se le han hundido...

-¿QUÉ PASARÍA SI reconociéramos de pronto que Dios tiene en sitio preferente a aquellos que nosotros no guardamos en nuestra agenda?. Ellos no deciden los rumbos de la vida, pasan desapercibidos por enfermos, por pobres o por viejos y apenas si reclaman una mirada al mundo distraído. Ellos poseerán la tierra y el cielo y la eterna compañía de todas las criaturas.

-¿QUÉ PASARÍA SI les preguntásemos a los santos cómo ellos encontraron la felicidad, para tener una referencia concreta y no vayamos a la conciencia con disculpas?. Tres Teresas tenemos a mano. Las tres distintas, las tres Esposas del Crucificado, las tres felices, las tres santas. Teresa de Calcuta, nos llevaría a su menudencia para señalarnos cómo el amor cura al pobre, cuando el amor se entrega. Teresa de Ávila nos recordaría que sólo desde la oración ella pudo ser feliz, porque únicamente en la oración se puede encauzar la fatiga de la vida. Y Teresa de Lisieux, desde su lecho de doliente enferma, continúa poniendo el dedo en la llaga solicitando atención a las misiones y recordando el amor que le debemos a la Iglesia. En la Iglesia yo quiero ser el corazón. Y el Espíritu permite que, desde ese latido, descubramos profunda y seriamente la felicidad.

22 enero, 2011

DOMINGO III del TIEMPO ORDINARIO. 1ª Corintios 1, 10-13.17 ; Mateo 4,12-23


UNA LUZ COMÚN Y UN INCIERTO DESTINO

Escribe Vicente Aleixandre que una tarde en la sierra de Córdoba, mientras bañaba sus pies en la melancolía de un arroyo, preguntó a un adusto campesino, de esos que llevan cayado, sabiduría y sombrero, que adónde nacía ese agua tan limpia. Un hombre tan acostumbrado a esos caminos, que había atravesado cientos de veces el fluir del arroyo desde su principio, le contestó secamente, como un Séneca: ¿Quién lo sabe?...

Porque debajo de aquellos suelos, como debajo de todas las miradas, late la confusa certidumbre de un misterio. Bastantes horas de mi vida he dedicado a descifrar el inmediato y libre encadenamiento de esas cuatro vocaciones que nos narra san Mateo: Simón y Andrés, Juan y Santiago, cautivados por los horizontes del mar y de las redes, jóvenes sufrientes de mareas, amores y judaísmos, de pronto se sienten sobrecogidos por una mirada habladora, la de Jesús, que deja heladas en sus labios las preguntas y las perplejidades. Y se van con Él, calladamente, como quien estrena una vida que se irá cuajando en asombros.

Seguro que alguien les preguntaría, sus padres, sus familias, sus otros amigos... ¿adónde vais?. Como el cordobés del arroyo responderían: ¿Quién lo sabe?... Lo único que puede saberse en una vocación tan nacida en raíz es que, acompañados de semejante luz, merece la pena la aventura de vivir con el Señor. Se quedaron para siempre aquellos nudos de las redes sin hacer, las velas de las barcas del Trueno sin subir, la luna y las noches sin cómplices para pescar, pero ellos fueron libres para seguir a quien nadie aún conocía ni tampoco ahora puede explicarse. Él sólo es la luz y la luz sólo puede decirse en resplandores.

16 enero, 2011

DOMINGO II del TIEMPO ORDINARIO. Juan 1, 29-34

gafas de María Zambrano

OJOS DE BIEN MIRAR

Toda su vida había estado Juan preparando sus ojos para que pudiesen soportar la luz que habían anunciado los profetas y que su corazón de familia llevaba como un viejo deseo. Por eso, cuando desde lejos ve venir a Jesús, rápidamente lo distingue y exclama: Éste es a quien yo os anuncié como el Mesías. Éste es la Luz y la Palabra... Y habló Dios sobre su cabeza de Hijo Predilecto. Y el Espíritu acomodó sus alas al aire como una paloma antes del reposo. Y mis ojos de mirar bien se ajustaron al amor que traía.

Juan el Bautista, desde su modo de hablar, insiste: Yo lo he visto y doy testimonio...

Del mismo modo que cada uno ama según su condición, que nos lo dejó dicho así santa Teresa, también cada uno ve según la luz que lleva y la esperanza que busca. Los que creen que los árboles sólo son hojas y ramas, no pueden darse cuenta, como Ricardo Molina, que además aspiran por su cuerpo el azul perfumado y la púrpura del día. Los que únicamente ven en el ser humano camisas y extravíos, no pueden reconocer que también en ellos anida la ternura y un interminable afán de cuidar su jardín para deleite del Esposo.

Aquellos que esperaban en la misma fila su bautizo, vieron sólo al hombre Jesús aguardando su turno. Juan, sin embargo, pudo descubrir en seguida toda la salvación que a ese mismo Jesús le estallaba en el pecho.

... ¡Cuántas grandezas se han perdido en el mundo por falta de ojos que supieran descubrirlas! ¡Cuántas personas han llegado a la vejez con toda su maravilla intacta porque nadie supo valorarla!. Ah, los ojos, nuestros ojos, ¿quién podrá enseñarlos a mirar bien por dentro?

06 enero, 2011

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. Isaías 42, 1-4ss ; Hechos 10, 34-38 ; Mateo 3, 3-17

El profeta Isaías. Rafaello

LA COSA o el crecimiento de lo insignificante

Ninguna palabra de la Sagrada Escritura es inocente. Todas llevan su picardía y su gotita de miel para el análisis y el aprovechamiento. Aunque en esta liturgia de hoy lo más destacable y significativo sea el Bautismo de Jesús y las consecuencias que apunta Isaías, la palabra que más me llama la atención es la que pronuncia San Pedro en el Libro de los Hechos: La COSA empezó en Galilea...

¿Qué COSA comenzó en Galilea? ¿Quién la inició? ¿Con qué intenciones? ¿Con qué resultados?

Era indispensable que la figura de Juan el Bautista, la de los apóstoles y, sobre todo, la del mismo Jesús quedaran fijadas en la valoración de aquellos judíos como una novedad aparentemente sencilla, sin alardes ni menosprecios de la forma con que Israel entendía sus relaciones con Dios. Pero también era indispensable que ideológicamente se fueran preparando para la expansión y el desarrollo de la COSA, que en sí misma traía una salvación callada.

Acunaba la COSA Jesucristo en su llanto de niño, en su manera de aparecer, en su acierto al elegir. En la sangre de la Cruz y en la fuerza de Dios para correr la piedra de la muerte y caminar resucitado. Su intención estaba claramente determinada por el profeta Isaías: enderezar lo torcido, aplicar la justicia, cambiar las prisiones por la libertad, olvidar de raíz las equivocaciones y pecados de los hombres... amar desmesuradamente ante la sorpresa de un mundo estructurado.

Los resultados de la COSA que empezó en Galilea no pueden contarse ni medirse en estadísticas humanas. Lo cierto es que la vida hubiera sido diferente sin Él. Sin su referencia se desbordarían las actitudes. Sin su paciencia y su tarea, estaríamos aún preguntándole al sol por qué de noche se apaga. Sin la COSA empezada desde su corazón, sufriríamos sin remedio sequía de la Verdad, quedándonos sin saber para siempre adonde nos llevan los caminos.