24 marzo, 2012

DOMINGO V de CUARESMA Jeremías 31,31-34 ; Juan 12, 20-33

Corazón de Santa Teresa

ALIANZA INTERMINABLE

A los que escribimos, nos acompañan dos ansias: esperar una lluvia de papeles en blanco y verlos llenos de palabras hermosas que hayan nacido del corazón, de la belleza o de la memoria. Bastaría con descubrir lo que en el corazón hay escrito para desarrollar una vida entera. Jeremías nos dice hoy que, para que las palabras de amor no se las lleve el viento, Dios ha querido escribir a fuego en el corazón del hombre una alianza interminable, una inquietud de besos más allá de la ley, una continuidad de presencias que nadie podrá arrebatar aunque muchos lo intenten cada día.

La alianza nueva que Él nos trae no es algo que pueda decirse, sino una invitación para experimentar el arrebato de sentirse en vuelo sin huir de la tierra. San Juan de la Cruz insiste, porque lo ha vivido, que el corazón del hombre no se contenta con menos que Dios. Alejar al ser humano, con supuestos desarrollos y derechos, de esa experiencia trascendental es quitarle de beber licores de granada donde el rojo fuerte de Dios apaga el rojo tierno del deseo. El hombre ha sido creado para los placeres del paraíso, no para ser entretenido con zumo de naranjas caídas.

Encontraremos esa Verdad en un proceso de granos muertos y espigas resucitadas. Nadie, sino por privilegio, esquiva el sufrimiento de la intemperie y de la duda, de las noches oscuras y las nadas. Nadie se cierra los ojos a sí mismo, sino la mano de la luz que abre el instante intermedio entre la muerte y la vida. Desde Jesucristo, las leyes son esperanzas.

17 marzo, 2012

DOMINGO IV de CUARESMA. IICrónicas 36, 14ss ; Salmo 136 ; Juan 3, 14.21

Calles encantadas

EL EXILIO


El exilio es una calle larga que nos conduce a las afueras de los sitios o a las afueras de uno mismo. En cualesquiera de los dos queda un dolor fino, una llanura amarilla expuesta al viento.

Israel y sus hijos no escucharon la advertencia de los profetas. No hicieron caso al destino que el amor les marcaba, y se fueron yendo de los caminos de Dios, como animal que se desboca sin tener en cuenta el precipicio: sus vidas eran saltos al vacío de una locura dichosa y fueron víctimas, por eso, de un placer pegado al desasosiego y a la carne. Un rey extranjero tuvo llevar al cautiverio de Babilonia a los que subsistieron de la guerra y los israelitas decidieron colgar las cítaras de los árboles porque no se sentían con ganas de cantar.

Lo peor no era sólo estar fuera de su pueblo, sino estar fuera de sí mismos, exiliados de la fidelidad que debían a Dios, desterrados de su propia conciencia. No podían cantar porque habían olvidado las canciones del alma en el alma aprendidas.

Jesucristo viene a remediar este suicidio colectivo de la alegría. Viene a que el Israel de ahora, esta Iglesia de hijos, se reencuentre de nuevo con la luz perdida. Viene a ofrecerle la libertad de salir de una situación que rompe continuamente las cuerdas de la guitarra interior porque las tensa una mano que no sabe. El que no es capaz de descubrirse el espíritu y el Dios que allí vive, se condena él solo a la tristeza, a que se lleven otros la música después de haber sabido descolgar de los sauces las cítaras perdidas.

10 marzo, 2012

DOMINGO III de CUARESMA Éxodo 20, 1-17 ; Salmo 18 ; I Corintios 1, 22-25 y Juan 2, 13-25

Catedral de La Plata. Argentina

EL DESCANSO DEL ALMA

Los mandamientos de Dios que señala el libro del Éxodo, válidos desde entonces hasta hoy, no son una exigencia autoritaria, sino las mejores normas de convivencia, la cartografía para que no nos perdamos en el trayecto de la navegación. El cumplimiento de los mandatos de Dios, dice el salmo 18, dejan descanso en el alma.

¿Y en qué se nota ese descanso, cuáles son los signos de lo buenamente deseado?... Si cerramos los ojos y aguardamos sin prisas a que se despierte el pensamiento, en seguida acudirán desfilando las personas y las circunstancias que hemos vivido, la flor pisada, el labio que nos dejó en la pobreza la marca del beso, el trasiego y los comercios que tuvimos con unos y con otros, las misas para cortesía con los difuntos, la eternidad que quisimos achicar en una jabonera... La vida, al fin, deshecha o incumplida. Todo esto nos dejó lastimaduras en el alma, anémica la esperanza, cansada la cordura. Santa Teresa con la mejor sabiduría escribió a sus monjas: Jamás por artificios humanos pretendáis contentaros, que moriréis de hambre, y con razón. Los ojos en vuestro Esposo: Él os ha de sustentar.

A Jesucristo hemos de ir sin ropa y despeinados para que Él nos cubra con sus valores y nos alise las formas. Jesucristo no es el rey Midas que convierte en oro nuestros deseos, y si no se aviene a nuestros proyectos lo dejamos a un lado como quien arrincona lo que ya ha servido. El comercio que a veces tenemos con Él, de si te ofrezco si me das, rompe el cristal precioso de los amores y acuchilla la luz que debe salir como una sorpresa del pecho.

Sólo cuando se convierten las dulces intimidades en negocio es cuando Jesús trenza cordeles para arrojarnos de un espacio sagrado que no hemos sido capaces de entender.