25 agosto, 2012

DOMINGO XXI del TIEMPO ORDINARIO. Efesios 5, 21-32 ; Juan 6,60-69

 san Pablo predicando

UN LENGUAJE INADMISIBLE

Esas maneras de hablar, esos proyectos sonoros que luego son irrealizables, esas argumentaciones de doctrina que parecen vivir a las afueras de la vida, esa presencia callada de Cristo en el alma, quién está en condiciones de seguir, quién se atreve a hacer suyo este lenguaje inadmisible... esto es lo que vienen a decirle a Jesús quienes tantas veces lo han oído.

Más adelante, en el mismo evangelio de San Juan, Cristo ve cómo se le van yendo los amigos por parecidas razones. Descubren en su inconsciente que la exigencia de vivir la doctrina  que trae precisaría de un perdón infinito.

¿Quién puede seguirte, Señor, cuando lo que nos pides es amarte sobre todas las cosas, perdonar de corazón a los miserables; no cometer actos impuros que, para Ti, son impuros cuando se realizan fuera del matrimonio, desordenadamente?. Quién?... Necesitaríamos, como digo, un visible y constante perdón infinito. Porque lo que nos pide Jesucristo no es lo que apetece nuestra naturaleza, lo que el mundo señala en su continuo pensamiento como lo que debe hacerse.

...Y se va quedando solo Jesús, se van retirando sus amigos a los rincones de otro proceder más cercano a su ser de hombres, sin haber experimentado aún  que su  lógica es un camino que termina en la soledad interior, a veces en la desesperación. Mirad el infortunio de Judas después del beso o la tragedia diaria de los que supieron conseguirlo todo menos la menuda abundancia de ser felices cada día.

¿Adónde iremos, Señor, sin Ti?

Se me ocurre pensar, para no escaparse de Jesucristo, para no salirse de su amistad, llevar a cabo con firmeza dos actitudes personales: olvido y confianza.

Es indispensable quemar con la llama del olvido los secretos inconfesables, difíciles de arder porque son en nosotros aún como las ramas verdes. Echar al fuego las hojas de los tiempos caídos.

Y la segunda actitud, la más claramente exigida en las lecturas de hoy: confianza. Saber de quién nos estamos fiando, como niño que camina seguro llevado de la mano, como mendigos a las puertas de la sabiduría. Porque la lógica la argumenta todo el mundo, es lo que más normal parece, lo que entra en razón, pero, a vista de horizontes más largos, no necesariamente es lo verdadero.



18 agosto, 2012

DOMINGO XX del TIEMPO ORDINARIO. Efesios 5, 15-20 ; Juan 6, 51-58

Pie de Cristo. La Piedad de M.A.
FIJAOS BIEN CÓMO ANDÁIS

A veces tantas lágrimas juntas no nos dejan ver cómo andamos. San Pablo en Efesios nos lo avisa: fijaos bien cómo andáis. La inmensidad de cada uno debiera ajustarse al hueco de una ventana y calcular, si fuera posible, qué montañas nos quedan por subir, en el recodo de qué llanura están los ríos, en la copa de qué árboles duermen los pájaros. Pero Dios ha querido que nada sea previsible y que escalemos diariamente por los andamios de la duda hasta llegar a Él.

En algún sitio he leído o me han dicho o lo he inventado, que preguntaron a un anciano con más de cien años los motivos de tan larga vida:

-He agradado a Dios procurando hacer bien tres cosas: Amar como he sabido, regar el jardín y la huerta e ir a misa.

Bien sabe Dios que no siempre se ama bien  --proseguía el anciano--, que con frecuencia se confunden con amor los desatinos, el hilo del placer que se esconde entre los dedos, la sustancia de los caprichos... Pero un día encontré a mi mujer que descansaba en un pozo aguardando su turno de agua. Desde entonces todo lo amé desde ella. Y los hijos bebieron siempre la eternidad de aquel encuentro... más de una vez quisieron robar, para sus bocas, nuestros besos.

Regando el jardín y la huerta aprendí la paciencia dolorosa del trabajo. Aprendí, sobre todo, que en la vida se necesitan, con la misma urgencia, patatas y rosas, perfumes para el alma y comida para el cuerpo. Y antes de que amaneciera yo salía cada mañana en busca de las esperanzas sembradas. Muchas tardes regresaba a casa con el alma caída. Pero siempre tuve la constancia de ir, la voluntad de que asomaran las raíces.

Ni un domingo siquiera he dejado de ir a misa. El cura nos hablaba siempre del pan de Jesucristo recién hecho, del horno incansable de su corazón, de la panadería de Dios, para que no nos faltaran las fuerzas ni su presencia. De que no debíamos ir a comerlo de cualquier manera. De la fatiga del hombre que no se sienta a su mesa. Un día al cura se le olvidó consagrar, pero no se le olvidó el amor que nos tenía y nos convidó del Pan guardado, tan crujiente y nuevo como si lo hubiera sacado del pecho...

Y ustedes podrán decirme por qué hoy, con tanta necesidad, con la falta de trabajo, con la multitud de problemas que se están viviendo, viene usted a contarnos estos cuentecillos, este derramamiento de inocencias... Y yo les digo que sí, que quizá nos haga falta a todos empezar de nuevo. 

11 agosto, 2012

DOMINGO XIX del TIEMPO ORDINARIO. I Reyes 19, 4-8 ; Efesios 4,30ss ; Juan 6, 41-55


Pompeya

CAMINOS DIFÍCILES

En este pasaje del Libro de los Reyes, nos extraña ver atormentado y en las últimas a Elías, bajo una retama y sin jardines, sin más deseos en su corazón que verse muerto... Ajaz y Jezabel eran los reyes perversos del pueblo elegido. Adoraban a Baal y perseguían al profeta y al Dios de Abraham, de Isaac y de Moisés, que unía son grueso cordón de seda la historia de Israel. Elías no se encontraba con fuerzas después de tantas persecuciones hasta que llegó ese ángel con ánimo y con pan para el camino. 

Especialmente, en el evangelio de san Juan, Cristo insiste en el pan de la Eucaristía como remedio para la debilidad de los caminos. Caminos difíciles de piedra que se alisan al andar y que pueden ser de tres tipos:

Caminos familiares. Todavía el amor, la comprensión y la ayuda son las venas que distribuyen en nuestro pueblo la sangre común de la familia. Sin embargo, esta sangre compañera se mezcla a veces, dolorosamente, con ruidos, malos tratos, indiferencias y rutinas, angustias y sobresaltos, hijos que pronto han aprendido el idioma del desarraigo,  padres que ya no se recuerdan en los primeros besos, en el novial aprieto de sus cinturas... Pan, el Pan de Jesucristo devolverá a todos el equilibrio de las fuentes del corazón y sus maneras.

Caminos económicos. Pedía limosna en Madrid a la puerta de una administración de lotería. Conservaba una elegancia llamativa en la forma de abrir la mano, en la energía del labio. Al instante, caí en la cuenta de unos versos recién leídos de Paul Celan: Mi florecer se da en la hora marchita / y reservo una resina para un pájaro tardío. 

Soy Martina Alba, me dijo, ya se figurará el alcance de mi pensión. Y estoy aquí para seguir pagando la vieja hipoteca de mi piso y no verme en la calle. Pero nunca Dios me ha faltado... Pan, el Pan de Jesucristo para que se vistan de ángeles los hombres y compartan la esperanza de los pobres.

Caminos del espíritu. El alma del ser humano es parecida a un pueblo por donde pasa un río. Un día se levanta y descubre que el río no lleva agua, que la ceniza de los árboles quemados im- pide que se pueda ver por los cristales, que el amor de los vecinos es una lengua callada, que han dejado las farolas de alumbrar las soledades y que siente en lo más íntimo una guerra de paraísos perdidos... Pan, el Pan de Jesucristo trae palabras y amor para la soledad, luz para las madrugadas y el agua, el agua inacabable del río su vida.

04 agosto, 2012

DOMINGO XVIII del TIEMPO ORDINARIO. Éxodo 16, 2-4ss ; Juan 6, 24-35

Moisés impresionante

CON TRES HERIDAS

Por más que le acerquen ambrosías y le sorprendan los más llamativos regalos, el hombre jamás se sentirá satisfecho ni cumplido porque se suceden en él, apresurados, muchos  y continuos nacimientos sin que haya pechos para tantas bocas ni medidas para tanta ambición.

De ahí que llegue al mundo, como escribe Miguel Hernández, con tres heridas: la del amor, la de la muerte y la de la vida. Heridas que no terminan de cicatrizar porque la sangre no cesa de lamer el labio de las superficies.

En el AMOR tiende a equivocarse. Confunde con frecuencia pasión con equilibrio, cascabeles con campanas, entrega con egoísmo... y Jesucristo se lamenta de que le sigan por los milagros y le busquen para llenar de pan sus soledades. Ya pasó con Moisés y la costumbre de aquel pueblo --de todos-- de quejarse. Entre la libertad y la despensa llena, el ser humano escoge antes la satisfacción que la doctrina.


Y se pasa la VIDA buscando el final del laberinto sin estrechuras, sin atreverse con esfuerzos, deseoso de que le llegue a las manos el mapa de la facilidad. Queremos conocer el recorrido más cómodo, pero ya advierte Esquilo que sólo se conoce padeciendo.

Más que en la ignorancia de no saber su principio, el más grande sufrimiento del hombre es ignorar los presagios de su destino. Y en la MUERTE deja que le cierren los ojos porque una luz fría está dejándolo ciego. Y, aunque haya meditado con Borges que morir es una costumbre que tiene la gente, rechaza para él la costumbre aun sabiendo que es inevitable.

Y aquí es donde irrumpe Jesucristo con su brújula, su pan y su remedio para aliviar del todo, si nos dejamos, los desconciertos.   Brújula que cierra las heridas del amor y de la vida señalándonos que el amor es un regalo que, con el mismo amor,  se nos devuelve crecido y generoso. Que la vida se nos dio como lámina blanca donde los garabatos de tinta reflejan, sobre todo, errores y pobrezas, pero que Él está dispuesto a que estrenemos de nuevo su blancura. Y que la muerte es un descanso que la piel reclama, una manera de entretener a los que quedan para que nadie interrumpa el vuelo, la nueva vida con la que, sin saberlo, tanto hemos soñado.