30 agosto, 2013

DOMINGO XXII del TIEMPO ORDINARIO. Eclesiástico 3, 17ss ; Lucas 14, 1-7-14

Campiña cordobesa

ANDAR EN VERDAD

Algunos rabinos tenían la costumbre de invitar a Jesús a comer a su casa para fisgar su persona y su doctrina, unos; otros, puede que para abrir como niños su corazón. Lo relevante era que Jesús se adelantaba instruyéndolos, reconociendo su picardía, amansando con parábolas las aristas de su intención.

En esta comida de Lucas 14, el Señor les habla de la importancia de los últimos puestos en los banquetes de la vida. Y de la generosidad al invitar a quienes no pueden corresponder.

Recuerdo y agradezco antes que nada la largueza con que mis muchos amigos argentinos me invitaban a sus casas con empanadas picantes y vinos suaves de Mendoza para abrir boca a un delirio de asados bien dispuestos en la disciplina del fuego.... Hoy se suele invitar en restaurantes donde sólo hay ruido de cubiertos y molestia de vasos; en las casas de familia, sin embargo, abrigan los pliegues de la madera, las viejas palabras colgadas en las cortinas, el consuelo y la intimidad de las preguntas... 

Pero la sustancia de este párrafo evangélico es la humildad y no hay mejor camino para entenderla que saber de donde viene la raíz de esa palabra que nos enseñaron  en aquellos años del latín: humildad viene de humus, tierra, y a la tierra van los estiércoles malolientes, los detritus humanos y ella, bondadosa, nos transforma lo despreciable en cosecha de trigos y aceites deliciosos, en risa de manzanos y rosas perfumadas. 

Esa es la verdad. Y a esa verdad creo yo que pudo haberse referido santa Teresa cuando definió al humilde como al que es capaz de devolver abundancia provechosa después de haber soportado la basura de la vida...

Por último, una sugerencia: invitad a comer a los que no tienen casa ni posibilidad de que devuelvan el regalo. A los ciegos, a los pobres... Dios nos devolverá, desde ellos, la luz indispensable y el aroma de un jazmín perenne en la solapa.

24 agosto, 2013

DOMINGO XXI del TIEMPO ORDINARIO. Hebreos 12, 5-7ss ; Lucas 13, 22-30


PUERTA ESTRECHA
PUERTA ABIERTA


Según a la hora que el sol pasa, cambian de tono el color las cosas y de los ríos y las plazas y de las voluntades. Hasta el color negro deja de ser únicamente negro cuando tiene toda la luz encima. Así los hombres. Así sus convicciones y sus vidas cambian de tono si Dios les ampara, si son capaces de adelgazar para entrar por esa puerta de Jesucristo donde una vez dentro todo es tornasol y anchura. Y se adelgaza si:

-Compartimos las abundancias con los que sufren hambre, soledad o frío. Ese frío de temblores antiguos, de evitables maldades.

-Aceptamos las correcciones que, desde el evangelio, la Iglesia nos hace para que lleguemos antes y mejor a lo verdadero. Por ejemplo, que entre nosotros no puede darse la injusticia ni el creer que somos los únicos destinados a la salvación, como aquellos primeros judíos, ni que en el apetito de  la sexualidad todo está permitido... El ser humano sin disciplina termina ahogado en su propia lágrima.

-Sabemos dejar paz donde hay conflicto, gratitud por lo que nos dieron, suspiros donde se sufre y alegría donde se goza. Ajustar los criterios y purificar la memoria.

...Estas estrechuras requieren al principio un esfuerzo de la voluntad y el pensamiento, pero son la llave salvadora, las bisagras que permitirán abrir la puerta del todo para que todos entremos, como hermanos, a la salvación universal que Cristo ha traído y que se renueva en cada Eucaristía.


17 agosto, 2013

DOMINGO XX del TIEMPO ORDINARIO. Jeremías 38, 4-6ss ; Hebreos 12, 1-4 ; Lucas 12, 43

Ágoras y templos

LA VERDAD IMPRUDENTE


Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, canta Serrat en una de sus hermosas composiciones. De ahí que pocas veces sea prudente señalarla, sobre todo cuando no coincide con los intereses de quien la escucha. Eso es justamente lo que sufrió Jeremías después de haberle manifestado a su pueblo que vivían de mala manera. A una cisterna con barro lo arrojaron para que la lengua y el pensamiento se le ahogaran. Pero la verdad, por más que pese, siempre sale a flote, como una sangre que se proclama, como una luz.

Estamos en el ágora de un circo, que es la vida. Lo que decimos, cuanto manifestamos sufre el análisis de la conveniencia, el bisturí de la incomodidad; y así, unos nos señalan como benefactores y otros como escoria. El equilibrio para no salirnos del cauce siempre es el evangelio desarrollado por el amor y el magisterio de la santa madre Iglesia. Puede que los primeros en no cumplirlos seamos nosotros, pero nunca será por ignorancia, sino por debilidad.

Dicen que un obispo llamó a capítulo al único cura del pueblo:

-Parece que aquí todo el mundo te quiere, todos alaban tu pastoral y tu servicio…

El cura se sorprendió a sí mismo envanecido. Pero el obispo prosiguió:

-Esto quiere decir que no has predicado bien el evangelio.

...Muy de acuerdo no estoy con el pastor porque la verdad, cuando se predica con amor, apenas duele, más bien transforma.

Del evangelio en que hoy Jesús nos deja la alarma encendida: No he venido a traer la paz sino la división, sólo una palabra desde la experiencia. Es complicado que el Señor traiga esa clase de paz que el mundo entiende, ya que su mensaje es una locura, un ajuste de flores en el jardín vacío.

La verdadera paz llega  --pienso—cuando uno está de acuerdo consigo mismo. Y sólo se puede estar de acuerdo con uno mismo cuando la opción de vida que hemos hecho, desde la libertad y el conocimiento, es coherente con nuestros actos. La paz del mundo es un arreglo. La de Dios es un trasiego machadiano de días azules y de soles de infancia.

10 agosto, 2013

DOMINGO XIX del TIEMPO ORDINARIO. Hebreos 11, 1-2ss ; Lucas 12 32-48

Testimonio segoviano sobre san Juan de la Cruz


LOS MÉRITOS DE LA FE


La fe es oscura para el entendimiento, como noche, escribió fray Juan de la Cruz en el primer libro de la Subida. Pero la insistencia del amor sobre ella fue aclarando poco a poco sus hebras oscuras y la noche de la fe se convirtió para él en llamarada, en un voraz incendio sobre sus ramas secas.

La Sagrada Escritura se encarga de señalar los méritos y las consecuencias de haber creído en Abraham, en Moisés, en Isaac, en la Virgen Santísima, que fue feliz precisamente por creer en el anuncio del ángel... en tantos como se fiaron de Jesús por lo que dijo, por cómo había vivido. Tengo en mi casa una copia de La duda de Santo Tomás, de Caravaggio  y, mirándola, me alegro a solas porque yo nunca necesité meter el puño en su costado: me bastó con el eco de su voz incesante, con la dulce  costumbre de su verdad.

Sin embargo, creer también es un ejercicio para el que se precisa, como advierte fray Bernabé de Jesús,  que fue testigo del orar sanjuanista, una cueva, es decir, una soledad desde donde pueda contemplarse el cielo, el río y el campo.

Porque mirando al CIELO, se tiene constancia verdadera de que no alcanzan los brazos para llegar arriba, ni los ojos para contar las estrellas que cambian de sitio y de baile para que no nos atrevamos a ponerle nombre creyendo que las de esta noche son las mismas que ayer nos alumbraron. CIELO para asegurarnos que siempre habrá allá arriba una luz suficiente, un inmenso candelabro que parpadea.

EL RÍO que veía fray Juan desde su cueva segoviana, se llevaba al mar la contradicción de ser hombre y a la par elegido para  ser divino,  las incomprensiones que se sufren cuando no todos escuchan la misma campana que anima a la danza del bien. El RÍO se lleva la silueta de las horas ciertas que pasaron creyendo que durarían toda la vida. Otra agua nos traerá mañana seguramente. Otra esperanza de ver con las primeras luces la fe crecida.

Seguro que fray Juan miraba el CAMPO con los ojos de ver la tierra que da cosechas y la tierra que se nos abre para la sepultura. Azorín escribía que la catedral de Segovia navega entre trigos amarillos. Esos trigos serán pan y Eucaristía, serán fuerza para que nunca la duda nos convenza.

CIELO, RÍO Y CAMPO y la FE dentro, como el mejor regalo, como un hijo que dejáramos en el regazo de la vida.

03 agosto, 2013

DOMINGO XVIII del TIEMPO ORDINARIO. Lucas12, 31-21

DESEOS AGOTADOS


La palabra de Dios que hoy nos ofrece san Lucas advirtiéndonos de la desmesura en ambiciones y codicias, nos hace pensar que las riquezas en sí no son el mal, sino el olvido de compartirlas. 

Es ocurrente la lámpara y el texto de Erlich que hoy señalo como ilustración. A su lámpara de Aladino tuvo que ponerle un cartel, por agotamiento, de que no aceptaría más peticiones hasta nuevo aviso... El equilibrio de los seres humanos nos llegará cuando seamos capaces de domesticar los deseos. A veces, la lámpara del corazón pone su cartel de fuera de servicio porque tenemos más hambre que bocas, más ambiciones que tiempo para vivirlas. 

Asistimos  --sin que haya en mis palabras señalamientos políticos--, más que a una corrupción a gran escala, a una devaluación masiva de la inteligencia ética, que viene a ser más o menos la disciplina que ha de tener el hombre para que no se salgan de su cauce los ríos interiores. Cuando nos olvidamos que constituimos una gran familia donde cada uno ha de desarrollar sus responsabilidades y obtener de ellas los beneficios que le permitan vivir con dignidad, estaríamos precipitándonos al abismo de la amoralidad donde en apariencia se salva aquel que tiene más por haberle quitado al otro lo que le corresponde,  pero lo que en verdad le sucede es que desnuca en la misma piedra de su codicia. Y termina muriendo con los ojos amarillos por la tristeza de lo que no puede llevarse.

Recuerdo una de las frases más elocuentes y gráficas del papa Francisco relacionadas con estas posturas tan frecuentemente humanas: ¿Alguien ha visto alguna vez, detrás de un coche funerario, un camión de mudanzas?... Nada nos llevamos al otro mundo, sólo lo que hemos sabido generosamente compartir haciendo posible que el hermano salga con nosotros al camino para rezar, de verdad, el Padrenuestro.