28 septiembre, 2013

DOMINGO XXVI del TIEMPO ORDINARIO. Amós 6, 1ss ; Lucas 16, 19-31

 Escondidos en las cañasEL ABISMO
Al pobre se le distingue por el modo con que mira la bandeja de frutos, por el escaso atrevimiento a la esperanza, por los vasos de latón con los que van a por agua. Por las lágrimas constantes, por los hijos desnudos, por no tener cartillas de banco ni gente alrededor que se juegue su vida por la de ellos. Cada vez que se asoma a mi vida un pobre siento una vergüenza tal que me escondería también detrás de las cañas transparentes de la responsabilidad.
La pregunta, que nos incumbe a todos y a todos nos interpela, siempre está en el flujo del tiempo: ¿Cómo es posible que en un universo tan abundante haya personas que vayan a morirse a las cunetas de la vida, niños con los vientres hundidos y moscas alrededor de la sangre que no puede cubrirse ni siquiera con mínimas gasas? La respuesta no es otra que el ABISMO del que nos habla san Lucas en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro.
Entre muchos ricos y los pobres existe una distancia abismal de comprensión. Ponerse en lugar del otro es muy difícil cuando el otro no tiene lugar donde ponerse. Tampoco creo que sea eso lo que nos pide Jesucristo, sino ayudar apasionadamente a crearle al pobre un espacio de dignidad, un trabajo digno desde el que pueda sentirse valorado y, desde la fe en el Señor, también sentirse querido. Con el trabajo se acabaría la pobreza y los vasos de latón para beberse los malos tragos de la vida y las lágrimas con tanta sal que ni los pañuelos enjugan.
Luego están los otros pobres, los del alma, más escondidos y que suelen arrastrar hasta los últimos días la falta de luz en sus pasillos, el desprecio de los que han inventado la normalidad que ellos no pueden cumplir, el sufrimiento de saber que todos los acogen pero nadie sabe darles una respuesta que los nivele de verdad a los comunes privilegios... Parece que el papa Francisco está enseñando su varita mágica de separar las aguas de este mar Rojo inmenso donde el corazón humano anhela el puente donde encontrar su libertad.
Pobres. Pobres... Todos desaparecerían si los demás dejásemos un poco de ser tan ricos.

22 septiembre, 2013

DOMINGO XXV del TIEMPO ORDINARIO. Amós 8,, 4-7 ; Timoteo 2, 1-8 ; Lucas 16, 1-13

Piedras de la antigua Cafarnaún

DIVINAS PALABRAS

Toda la liturgia de hoy, desde la cita de Amós a la de san Lucas, gira en torno al dinero y a la forma de obtenerlo. San Pablo, quizá por eso, nos llama a pedir por nuestros gobernantes...

En 1919, Valle-Inclán escribió sus Divinas Palabras basado en el capítulo 8 de san Juan donde Jesús les advierte a aquellos acusadores que quieren dilapidar a una mujer sorprendida en adulterio: Quien esté limpio de pecado que tire la primera piedra... Y todos se fueron, empezando por los más viejos... Tal y como están las cosas en nuestro país, las piedras pueden estar tranquilas porque nadie tendrá valor de arrojarlas contra nadie, empezando por los más viejos.

Quevedo también escribía sobre el poderoso caballero don dinero y, si se escuchan conversaciones entrecortadas por la calle, el dinero suele ser protagonista.

Lo que la Iglesia advierte desde la Sagrada Escritura es que el dinero en sí no es malo, sino los modos de obtenerlo y las formas de usarlo. En la Facultad de Granada el padre Criado nos enseñó que Amós era un hombre rico, ganadero y cultivador de sicómoros y que, sin demasiadas ganas, comenzó a profetizar contra los suyos porque habían adulterado las balanzas despreciando a los pobres y prestaban a usura lo que aquellos obreros no podían pagarles... tendrán como castigo irremediable el olvido de Dios.

Con esta cita solamente se podría dar unos ejercicios espirituales aplicados a nuestra circunstancia. Aquí y allá se cargan los bolsillo con monedas ajenas que, a veces, son las únicas que tienen los demás para sobrevivir. El que se queda con el pan de los pobres tiene asegurado el peor de los castigos: Dios se olvidará de ellos.

Pidamos, dice san Pablo, por los que nos gobiernan, por los reyes... En España suele pasar que los que más piedras tiran son los que se apropiaron de las canteras...

Si alguno de nosotros en la Iglesia, también, comulga con piedras de molino, debe transformarlas en harina y compartirla.

14 septiembre, 2013

DOMINGO XXIV del TIEMPO ORDINARIO. Éxodo 32, 7-11 ; Lucas 15, 1-32

Al final, la luz
LOS OJOS QUE MIRAN

Según la misericordia con que se mire, la vida será culpable o inocente. Escribe Ángel González que la fatiga no está en lo que los ojos ven, sino en los ojos que miran.

Y los ojos que nos miran, infatigablemente, son los ojos misericordiosos del Padre. He ahí la ganancia del hombre, su porvenir de triunfo. El pasaje de Éxodo 32 presenta una vez más a los hebreos impacientes por no ver físicamente al Dios de su liberación y, como no saben verlo en sus propias circunstancias, lo suplen en su ansia  fabricando un becerro de oro... Dios se duele de haber creado a unos hijos con la cabeza tan dura, y los amenaza por su mala memoria. Moisés interviene en favor de los suyos y Dios, al escucharle, se arrepiente de haberlos amenazado. No quiere que sus ojos sean cómplices de la misma fatiga, de la misma infidelidad borrosa con que los judíos le han visto... Por sentirse mirado de nuevo con misericordia, el pueblo echa a andar buscando los horizontes prometidos.

Ojos que miran como los del mejor padre son los que nos presenta san Lucas en la parábola del  Hijo pródigo. Cuando el hijo menor le propone su marcha, el padre sujeta sus párpados para que no se le caiga la lágrima. Y lo ve irse, con una herencia que no sabrá gastar, con una libertad que no ha aprendido a liberarse de sí misma, por el camino de la soledad y de la duda. La vida no ha de golpear al hijo huido, sino el modo equivocado con que él miró la vida. Y vuelve. Y otra vez los ojos del padre, escondidos entre sus manos, para que nadie interprete su llanto como un daño. El agüilla en sus ojos ha de presagiar la fuente de una fiesta incansable.

Puede que pocos crean hoy que mirando bien se cambia todo.  Sin embargo, la paciencia de Dios en el Éxodo y la intercesión de Moisés transformó la quietud de aquel becerro en ríos vivos que manaban leche y miel. Y el padre del hijo que le partió el corazón, por salir cada día al camino aguardando el regreso, por mirar con insistencia la vereda sembrada, pudo fundirse con él en un abrazo, sin que fueran precisos ya más ojos.

07 septiembre, 2013

NTRA. SRA. DE LA VICTORIA. Romanos 8,28-30

Ntra. Sra. de la Victoria

ARTE DE MAGIA

El obispo de Málaga nos pide hoy que antepongamos litúrgicamente la festividad de Ntra. Sra. de la Victoria, patrona de la diócesis, al domingo XXIII correspondiente del Tiempo Ordinario. Y tal decisión es para todos nosotros un regalo.

Decía Einstein que hay dos maneras de entender la vida: una, creyendo que nada  es un milagro; y otra, creyendo que todo es un milagro. Todo es un milagro en la Virgen y Dios ha querido que se proyecte también en nosotros como un río de amor inacabable, como un sueño inmerecido.

Tomo la cita de Romanos 8,28 en la que textualmente san Pablo  escribe refiriéndose a Dios: A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó...  Es difícil encontrar un texto sagrado más generoso. Por arte de magia, volvemos a la inocencia de los principios y nada ni nadie, sólo la libertad,  podrá impedir que alcancemos definitivamente el Reino en el que María Santísima tiene ya la corona.

Predestinar es soñar en cada uno desde antes del principio, tatuar en el corazón de los astros la mejor promesa. Luego, Dios nos ha de llamar uno a uno con su voz de Padre, voz que el tiempo detiene en el aire hasta que nos toca la hora de nacer.  Más tarde, los errores de todos  --la Virgen ha vivido fuera de ellos--- precisan ser justificados, como el que sabe mirar a otro lado, perdonando. Y por último, a Él sólo le queda ya indicarnos el sitio donde en otro tiempo los ángeles se probaban las alas más finas para llegar más pronto.

Ante manos tan abiertas, sería preciso corresponder un poco. El libro de la Sabiduría nos propone hermosamente aprender lo que a Dios le agrada y únicamente el Espíritu conoce.