23 febrero, 2013

DOMINGO II de CUARESMA. Génesis 15,5-12ss ; Filipenses 3,17ss ; Lucas 9, 29-36 Filipenses 3,17ss ;

CIELO


Pudiera decirse que los personajes bíblicos de este segundo domingo de cuaresma, todos miran al cielo o el cielo los mira a ellos.

*Ante las dudas de Abraham de ser padre a sus años, el Señor señala cielo y le propone:

-A ver si puedes contar las estrellas que sostiene el firmamento… Así será tu descendencia.

No le dio tiempo a Abraham para calcular la abundancia de arriba ni el agua del manantial que había nacido en su pecho por haber creído. El cielo fue su raíz y su rama, su proyecto y su andadura... Y aquel cuchillo se lo guardó de recuerdo.

*San Pablo nos avisa hoy igual que lo hiciera antaño con los filipenses: mirad que hay muchos enemigos de la cruz de Cristo… nosotros somos ciudadanos del cielo.

Todo se mira en la vida según qué ojos o desde la esquina que hayamos elegido o nos hayan obligado a elegir. La cruz representa los brazos de un hombre que se abren a la anchura de la tierra por un amor que le viene desde el cielo. Porque del cielo viene toda la paz y en cielo se congela toda la sangre. Al cielo vamos después de haber mostrado a los enemigos de la cruz cuál es nuestro destino.

Con cierta ironía, el poeta Ángel González nos ha animado, a los que creemos en su poesía, a tener más fe… que en cierto modo, creer con fuerza tal lo que no vimos nos invita a negar lo que miramos… Al contrario, maestro, nos invita a mejorar lo que estamos viendo.

*Del cielo viene la luz inmensa que envuelve a Jesucristo en el monte de la transfiguración. Casi siempre, cuando Él invita a orar a sus amigos, Pedro, Juan y Santiago se duermen o se caen de sueño. Por eso a ellos no les alcanza la dicha de la luz: no están acostumbrados a hablar con el silencio, a aguardar que Dios les diga al oído lo que espera de ellos. Ignoran aún la urgencia de abrazar la soledad y encontrar en ella la mejor compañía.

Los ojos en el Esposo, escribía santa Teresa. Y el corazón en su Palabra.

16 febrero, 2013

DOMINGO I de CUARESMA. Deuteronomio 26,4-10 ; Romanos 10,8-13 ; Lucas 4, 1-13


Meteora

SE PUEDE

Del mismo modo que para ejercer cualquier profesión se requiere superar una serie de pruebas, esfuerzos y voluntad firme, para desarrollar la vida de la fe es preciso someterse a las tentaciones de cada días y vencerlas. Como el Señor.

Es la única vez que el evangelio nos señala el hambre de Jesús. Y esa primera mirada a su boca nos lleva a las bocas hambrientas del mundo, a las causas de la injusta desproporción, al río interminable de familias olvidadas  que trasladan su pobreza a cualquier sitio con tal de recibir una pequeña abundancia para sus hijos. Hambre, además, tienen también las bocas de la carne, los apetitos del poder, las grandes arcas donde se guarda el dinero. 

Por eso el Señor ha multiplicado los panes y los peces para el hambre nuestro de cada día y nos ha dejado el Pan de la Vida que nos ayuda a resistir en las tentaciones de los muchos apetitos que el ser humano lleva en sus bocas despiertas.

Vivir es pelear. 

Cada mañana nos asomamos a los relojes temerosos de que las horas nos traigan batallas demasiado grandes para nuestra debilidad. El demonio insiste en ofrecernos miel para los panecillos y, al final, experimentamos  que era veneno dulce lo que nos ofrecía, cáscaras de naranja en vez de zumo. Aun así, hay días en uno se deja llevar por embelesos que dejan instantes de gozo y largas noches de fatiga. El Mal muestra su multitud de manos por todas las esquinas y nos promete paraísos abiertos al deleite y pretende enseñarnos lo fáciles que son de alcanzar tantos frutos prohibidos. El Mal, en un descuido, nos quiebra las espadas.

Aminadab, como llama san Juan de la Cruz al demonio, no cesa de tejer telas de araña para ser sus prisioneros y nos sea imposible alcanzar la paz y la buena libertad que trae el amor de Jesús... No nos dejes caer en la tentación.

Al fin, todo debiera ser tan sencillo: un pedazo de pan, una mirada, un beso. El sol con su tarea de derramar oro en los campos y la luna apaciguando el mar para que el agua pueda dormir algunas horas. Lo demás, no debe ser otra cosa que esperanza y silencio.

09 febrero, 2013

DOMINGO V del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 6, 1-2ss; I Corintios 15, 1-11 ; Lucas 5, 1-11

Desde el hotel, el mar de Galilea


EL ASCUA EN LOS LABIOS


Después de las palabras heridas, de los llantos de sal por haber mirado las espaldas del mundo. Tras la conciencia clara de haberse equivocado, es remedio de santo este ascua en los labios que el profeta recibe de manos del ángel para empezar de nuevo. El asombro por la visión que Isaías tiene de Dios se reduce al espanto y al gozo de una indispensable quemadura. Santa Teresa de Jesús tiene esa misma experiencia del ángel con el dardo: nunca hubiese querido la santa que acabara por más que la flecha le doliera, por eso Bernini buscó la forma de detener en el mármol  la perplejidad de la maravilla del Espíritu Dios ardiendo sobre ella. 

También a nosotros Dios se nos presenta como fuego en lo diario. Sobre este Mediterráneo nuestro tan del alma, el sol nos habla con resplandores nuevos que se inventa la luz cuando somos capaces de mirarla. En las verbenas de todas las fiestas, Dios quiere aprovechar los contentos para decirnos que Él es el señor de la historia. Y de los sufrimientos, de las ascuas que queman, saldrán respuestas nuevas para los nuevos tiempos.

Esta mañana quise salir al mar de Estepona porque sentí nostalgia de aquel otro mar donde Jesús calmó las tempestades, encontró los mejores amigos, colmó de peces las barcas vacías que regresaban de la noche... El mar donde Pedro navegaba desnudo y se vistió de promesas. Pedí al horizonte recién aparecido un ascua y un ángel para decir palabras nuevas, para purificar la vida. Y allí me quedé un largo rato, como el que espera.


02 febrero, 2013

DOMINGO IV del TIEMPO ORDINARIO. Jeremías 1,4-5ss ; I Corintios 12, 31ss ; Lucas 4,21-30

PERSONA Y PERSONAJE


 La brevedad y contundencia con que Jesús analiza el texto de Isaías que acaba de leer en la sinagoga de su pueblo, llena de asombro a sus paisanos:

-Todo lo que anunció el profeta se ha cumplido hoy


A eso había venido: a ponerle carne a la palabra, a cumplir con la salvación que su Padre había preparado para el mundo. Y sus paisanos, judíos como Él, acostumbrados a sentirse los elegidos de Dios, acostumbrados también a verle en los trabajos y en las plazas, en las fiestas familiares y en la rutina de sus tiempos, se sobrecogen de que sea Jesús quien hable de esa manera, quien vaya a traer en sus gestos promesas y milagros. Y se crecen al ver que es de los suyos.

El disgusto y el desprecio va a llegar cuando Jesús pronuncie los nombres de los apestados, de los marginados y leprosos, como ejemplos de entrega y sujetos de salvación. Cuando les diga a sus paisanos que los demás también tienen una cita con la vida. Los nazarenos festejan al personaje que ha de destacar el prestigio del pueblo, pero siempre y cuando permanezca en la contradicción de sus ritos. Pero Jesús se adelanta y les dice a su manera: Dejad que os hable sin la máscara con que habéis querido revestirme. Dios se ha constituido en mí Palabra y Persona, y vengo a recuperar los amores perdidos, las aguas derramadas, las lágrimas inútiles. Vengo a hermanar al mundo con el abrazo de mi Padre...

...Quisieron despeñarlo por eso. Pero Él se fue abriéndose paso, alejándose de los viejos corazones que le acompañaron en las plazas, en los ritos judíos, en las bodas y en los vinos. Se fue para darles un porvenir donde despeñar los rencores y alumbrar para el Israel nuevo un amor sin medida, una locura de amor incomprensible.  

Seguro que el Señor más de una vez se llevaría las manos al alma doliéndose de haber estado toda su juventud con una gente que no  había sabido reconocerlo.