15 junio, 2014

DOMINGO de la SANTÍSIMA TRINIDAD. Exodo 34, 4bss ; Juan 3, 16-18



CORAZÓN DE ESPUMA
CABEZA DE PEDERNAL


Aunque casada, Trini era una señorita de pueblo con muchos hijos, un buen marido y olivos y tierras pegando con las llanuras de Córdoba. Siempre que iba a su casa estaba haciendo croquetas, quebrándole el tallo a las habichuelillas, doblando calcetines, planchando camisas... con sus grandes ojos verdes y las uñas pintadas. Allí, con ella, había comida para todos, justificación para todos. Yo le preguntaba uno a uno por sus hijos y todos para ella eran buenos... Qué nombre más propio te pusieron, Trini, , Trinidad de corazón grande, de huevos siempre con patatas, de carnes a la plancha, Trini de gozos y de anchuras.

Meditando hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, me he acordado de Trini mientras leía el encuentro de Moisés con el Señor en el Sinaí y la con conducta salvadora del Hijo prometido con el que san Juan nos recrea dulcemente en el largo poema de su evangelio. Moisés viene a decirnos en el Éxodo:

-Mira, Dios santo, a este pueblo que tiene la cabeza dura, que no aprende, que me tiene siempre el corazón en un puño. Este pueblo mío y tuyo en su navegación por el desierto, que no practica otra cosa que los olvidos. Es infiel, se pasa las horas entusiasmado apeteciendo el oro del becerro, protesta porque le falta agua habiendo probado tantas veces el agua de la fuente que sale de tus labios... Pero ten compasión de él, haz que saboree de nuevo la libertad de tus palabras...

Y Dios, que tiene aún más dura la cabeza y más larga la paciencia, aguanta, insiste hasta que vea cómo sus hijos regresan de lo oscuro a la paz de la conversación, al agradecimiento de los besos. Y al dictado del Padre, como todo lo que escribe san Juan en su cuaderno, anota:

-Envío a mi Hijo, no para juzgar al mundo, sino para salvarlo.


Luego se quedara con nosotros para siempre su Espíritu porque muchos aún no probaron de tu manos las croquetas, Trini, porque no alcanza para todos la espuma rubia de los huevos fritos, porque faltan manos para tanta caricia... Porque para ti todos tus hijos son buenos, Señor, todos caben en tu pecho de Padre; mientras, los perros ladran afuera, desesperados, a las blancas tajadas de la luna.

07 junio, 2014

PENTECOSTÉS. Hechos 2, 1-11 ; Juan 20, 19-23

VIENTO Y FUEGO


El árbol se quejaba de no ser paloma; el río de no ser jardín; el pájaro de no ser rama; el amor se quejaba de que la mayoría, al pasar, dejara en sus carnes la marca de un pellizco y muy pocos se llevaran el bolso de las herramientas.

El anciano se dolía de tener mala salud. Los hijos de tener que usar los días espléndidos para cuidar a sus padres. El dolor se dolía de no encontrar las pastillas. El tendero de las ventas y los precios. El cura de su soledad. El casado de su compañía...

Pentecostés es el Viento de Dios que fija en cada uno la luz de entenderse en su propia circunstancia y, desde ella, saborear y agradecer los dones que Él nos ha regalado, no para que echemos en falta aquello que no somos, sino para que aprendamos a sacarle partido a cada gota de licor que Dios ha derramado en nuestro vaso. Así, el que tenga más ojos que recoja más claridad de las mañanas; el que sepa dibujar que valore el pulso de sus manos; el que habla que busque palabras en los silencios; el que no tiene otro oficio que ser, que sea lo que es regalando presencias... Pentecostés es el Viento de Dios que pone las cosas en su sitio después de haber abierto las ventanas.

Pero también Pentecostés es Fuego. Llamas como lenguas o lenguas como llamas se posaron sobre las cabezas de aquellos hombres sorprendidos. Llamas como lenguas o lenguas como llamas para purificar lo que iban a decir y los gestos que habían de acompañar sus palabras. Llamas para que nunca se les apagara el amor y, como el poeta, fuesen sin demora de su corazón a los asuntos. 

Amar a la manera de Dios es abstenerse de hojarascas, de fuegos enjaulados o de quedarse quietos viendo cómo se suicidan con el calor las mariposas. El Fuego de Jesucristo deja heridas de amor en las calles de todos los laberintos y un reguero de rosas inocentes sobre los pechos cansados. El Fuego de Pentecostés es aquel tren que regresa.