30 agosto, 2014

DOMINGO XXII del TIEMPO ORDINARIO. Jeremías 20, 7-9 ; Romanos 12, 1-2 ; Mateo 16, 21-27



AJUSTE DE VIDA. AJUSTE DE CUENTAS



San Pablo advertía y sigue firme en la advertencia: “No os ajustéis a este mundo”. Y el Señor, desde san Mateo, se lo recrimina con dolor a Pedro: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”.

Los valores de la religión ofrecen, además de una gratificación espiritual inexplicable (“Me sedujiste, Señor y me dejé seducir”), una organización mental que endereza los caminos de la vida. Aristóteles se quejaba de que gran parte de la filosofía de Anaximandro era la escenificación del caos. Y ese caos, de aparente organización, es el que desea hoy en nuestra sociedad que la religión se ajuste a él, en lugar de ser el caos el que se corrija con ella. Así, parte de los cristianos, echa en cara a la Iglesia que no se adapte a los tiempos, es decir, que sea ella la única que se quede sin escenificar el caos, como exhibe una buena parcela del mundo, que ha puesto del revés el significado de la libertad y creando derechos por los que el viento del amor no pasa.

Valgan estas reflexiones, naturalmente, para los que nos sentimos cristianos; los demás, que enciendan cada uno su vela y acomoden su luz a la circunstancia de la sombra.


AJUSTE DE CUENTAS

Una cosa en la vida es lo que razonablemente se desea y otra la que estamos en condiciones de cumplir. A todos, las vivencias nos marcan, el mundo sin querer nos contamina y vamos, como en un hablar de niños, tartamudeando la fe. Fray Juan de la Cruz, en su anchura de santo, se hace cargo de nuestra debilidad y alguna leña quita al fuego: “En las cosas de Dios, andar como pudierais”. Y podemos, en gran medida, según queremos y queremos, según disposición, si ajustamos con firmeza la determinación de los cambios.

Una cosa es predicar y otra dar trigo, señala el refrán, pero hemos de reconocer que apenas si vemos espigas en los campos y que de nosotros depende ajustar la vida a la verdad para que no sigamos mendigando placeres en las esquinas de la noche, sino que nos atrevamos a pensar como Dios, por muy empinados que sean sus pensamientos.



23 agosto, 2014

DOMINGO XXI del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 16, 13-20

OPINIONES


JESÚS se expone al vértigo de saber qué opinan los demás de su persona. Unos juicios, como observamos en san Mateo, nacen de dentro y otros vienen de fuera. Todo un símbolo para que pueda apreciarse cuál de esos criterios se acerca más a la verdad.


La gente opina que Jesús es el que les conviene a ellos que sea. Juan Bautista, dicen unos, porque así podían culpar a Herodes de haber matado a un hombre bueno. Otros, con buen conocimiento de la Escritura, dijeron que se trataba de Elías, porque en él y en la viuda de Sarepta se unifica la abundancia de un aceite y un pan que se no se acaban. O Jeremías, para otros, recordando quizá la pregunta de Dios al profeta: -¿Qué ves, Jeremías’. –Veo una rama de almendro… Rama de almendro era Jesús donde se habría de posar el anuncio de una vida nueva, de una primavera incalculable.


Tenemos la responsabilidad de anunciar a Jesús como el Hijo de Dios que fundó su Iglesia para que promoviera la justicia, ayudara a acabar con la miseria y propusiese una rama de almendro donde la flor de la esperanza avanzara en  su imparable destino de blancura.


PEDRO, sin embargo, no opina de Jesús lo que la gente, sino lo que el Espíritu acunó en su corazón y floreció a su tiempo en la palabra: -Tú eres el Hijo de Dios.


Y esa verdad no se la dijo nadie, sino la voz en el alma del que sabe, el susurro de la verdad que se comunica en la oración.


Jesucristo no es el que cada uno moldea en su ignorancia o en su necesidad, sino EL QUE ES, y ese conocimiento inabarcable se baña, mientras aquí vivimos, en el mar del misterio.

Pedro sólo eso sabía, pero fue suficiente para que Jesús le mandara gobernar su Iglesia, la misma que en el tiempo iba a ser zarandeada por los que únicamente ven lo de fuera y por los demás, que en su corazón queremos ser testigos de la Candela del Amor que inunda de dulce fuego las almas, el mar, las fatigas y los sueños.



(Foto: Sol y ramas de almendro) 

17 agosto, 2014

DOMINGO XX del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 15, 21-28

CENTINELAS DE LA FE


Al atardecer regresa la melancolía y comienzan la vida y las cosas a oscurecerse. Ya , a la noche, sólo confiamos en vagos resplandores y en el tintineo blanquiazul de las estrellas para que no venga la sombra a robarnos del todo la poca luz que nos queda.

Por lo que nos dicen los místicos y por la propia experiencia sabemos que la fe también es noche. Una noche que precisa de centinelas para que no se vuelvan ciegas las almas como si vinieran de bañarse en la sombra.

-El PRIMER CENTINELA es el Señor. Si Él no vigila la casa, apenas si pueden defendernos los guardianes, viene a decirnos el salmo. Él patrulla la noche espantando peligros de lunas locas, achicando los abismos de la soledad. Él aleja con sus manos el aleteo imprudente de algunas mariposas.

-EL CENTINELA SEGUNDO debiera ser la preocupación constante por purificar los modos de la fe recibida, las telas de araña que pueden encerrarla en las posturas de siempre, en lo que se nos ha reconocido como único. El pueblo elegido es ahora la Iglesia y todos los que llevamos las señales de su amor en la frente y en las actitudes. No hay extranjeros en ella.

-EL TERCER CENTINELA es el más delgado, el que suele desmayarse en la primera guardia, sobre el que parecen haber caído encima todas las tormentas de la duda. Podríamos decir la que la voluntad es el centinela tercero. Y, más que vigilarnos, él necesita ser vigilado.

Las vitaminas con se robustece lo débil en la voluntad comienzan por la DETERMINADA DETERMINACiÓN con que la Madre Teresa eligió una forma indiscutible de ser santa. Para fortalecer esa disponibilidad de seguir los pasos de Cristo, las energías se nos dan en la oración y en la Eucaristía. Desde ellas, en activa duermevela, dejan de preocuparnos las criaturas y todo lo criado, las fuentes en donde nacen las sombras y el angustioso, incierto porvenir. La Eucaristía y la oración son el gimnasio donde la sola presencia de Jesucristo nos permiten levantar las pesas de la duda y hasta las pesas de la humillación que sufre, inexplicablemente, esta mujer cananea del evangelio en el aparente desprecio de Jesús.


Feliz de ti, María, porque has creído, es el abrazo con que saluda Isabel la visita de su prima. La felicidad como consecuencia de la fe… cualquier otra alegría que no venga de ella, podrá considerarse como un apacible entretenimiento.

08 agosto, 2014

DOMINDO XIX del TIEMPO ORDINARIO. I Reyes 19, 9ss . San Mateo 19, 22-33


 EN EL SUSURRO


En el Antiguo Testamento y en el Nuevo, en la angustia pequeña de todo ser humano es una constante aguardar a Dios  --entre la niebla lo esperaba Machado— y confundirlo con el asombro, con el fuego o el ruido, con las migajas de luz que caen de la rebosante mesa de la luna.

Con el primor de las mejores palabras, el autor sagrado nos narra cómo el Señor invita a Elías a esperarlo.. Antes de que llegara, el profeta sufre terremotos, incendio y soledades… en ninguno estaba el Señor, nada de eso era el Señor. Por fin, escucha un susurro  y en él ve a Dios estremecido. Se cubre el rostro con un velo e intenta soportar el peso de tanta luz. Dios en el susurro.

…Con las ventanas de la casa abiertas, el creyente debiera asomar su corazón cada mañana a esperar que se llenara con la paz contagiosa de la palabra divina. Ni en el río de las perplejidades. Ni en el asombro feliz de las familias. Ni en el fuego temprano de los amores Dios está del todo presente. Sólo en el susurro, en el fugaz bisbiseo de su boca escuchada. En la oración Dios descubre, sin velo, el vuelo de su transparencia.

CON EL VIENTO EN CONTRA.

Estremecedor el relato de san Mateo, que perfila detalles y personajes, en el capítulo de su tempestad calmada. Envuelto en abundantes matices, en este evangelio destaca, más que en ninguno, la presencia de Jesús y el miedo a que no esté.

Se trata de la metáfora más completa de cómo iba a ser la Iglesia con los vientos contrarios intentando alejarla de la orilla… El caminar nebuloso de Jesús sobre el agua, la decisión de Pedro al saltar de la barca, la falta de fe al suceder todo en la noche… Como en el susurro de Elías, Jesús presente haciendo que por fin susurre el agua.


En la Iglesia tendremos viento contrario. Siempre. Los enemigos magnificarán sus errores y jibarizarán sus grandezas. Los que hostigan con sus propuestas la calma de las aguas para que haya vientos en contra, se afanan inútilmente en enfriar la hermosura constante de su caridad. Jesús baja del monte a cada rato, revestido con la fuerza de haber hablado con el Padre baja, baja con el coraje sereno de la Verdad. Le acompaña el susurro que espanta las palabras inútiles.

02 agosto, 2014

DOMINGO XVIII del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 14, 13-21




LA SUPERACIÓN


El dolor deja a los seres humanos cautivos para desarrollarse, inermes de entusiasmo. Y cuando ese dolor proviene de las injusticias, se agranda más la tristeza viéndose uno desamparado frente a los poderosos.

Así estaba Jesús cuando alguien le comunicó que a su amigo, a su primo, al último profeta del Antiguo Testamento, a Juan, el que le bautizó después de tantos ejemplos y humildades, Herodes le había cortado la cabeza por el capricho de una jovencita que bailó para el rey, entusiasmándolo, y a instancias de  Herodías, su madre, ruin y rencorosa, que aprovechó la debilidad del vino para vengarse… En una bandeja pusieron su cabeza. Mujeres piadosas pondrían debajo pañuelos blancos para secar la sangre.

Con este sufrimiento encima, Jesús necesitaba refugiarse en el cuenco de la soledad, donde mejor se escuchan los sonidos del perdón y del olvido. Matar a un hombre por rencor, por cualquier otra causa; matar, por poca conciencia que se tenga, debe ser como adentrarse en la niebla y quedar para siempre naufragando en pesares. Del crimen de Herodes no conocemos las consecuencias; del dolor de Jesús, sí, que no se detiene en el paisaje de la circunstancia ni se ampara en la soledad. De ahí que restaure su pesadumbre sintiendo misericordia, compasión y desvelo por aquella multitud que le sigue con la boca abierta del hambre; con la boca del alma, también, insatisfecha.

Sale del pozo de aquella injusticia sufrida haciendo el bien, multiplicando el bien que reclama su corazón y que el Padre le había encomendado.


Difícil tarea la que nos solicita este evangelio de san Mateo que nos advierte de la esclavitud del hombre cuando se vive en la laguna de los rencores, incapaces de quemar la venganza y de espantar los agravios. Sólo la Eucaristía, el Pan de Jesucristo, que llega después de haberlo deseado, puede elevarnos a la altura de los ángeles, al lugar preciso donde no lleva espinas el amor, donde el amor sólo aguarda plenitud entre arrimos y duermevelas.