27 septiembre, 2014

DOMINGO XXVI del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 21, 28-32





SÍ PERO NO
NO PERO SÍ


-Un hombre tenía dos hijos. Uno dijo al padre que iría a la viña y no fue. El otro le dijo que no iría y puede que le amaneciera cortando los racimos.

-Un padre tenía dos hijos. El más pequeño le pidió la parte de su herencia y se fue a gastársela a una vida sin disciplina: luego volvió. El hijo mayor no se apartó de la casa, pero nunca estuvo del todo dentro de ella, dentro del amor que el padre les tenía.

-Un señor. O muchos, dijeron en entrevistas que jamás tuvieron dinero en paraísos fiscales. Pero al tiempo no les quedó más remedio que justificar su distracción recordando que se trataba de una herencia que no regularizaron por olvido.

-Un señor. O muchos, dijeron no a la ley del aborto y nos sentimos refrendados en una disposición que salvaría la vida de los inocentes, que suprimiría el derecho de disponer  de lo que no está a disposición. Pero luego las encuestas aconsejaron que a lo mejor, que se trataría, que podría buscarse un consenso… que no pero sí.

Los evangelios del Señor no hacen más que reflejar las contradicciones de los seres humanos. Cambiamos de opinión y de actitud según influencias, intereses, camuflajes y rodeos que nos va presentando la vida… y las uvas, mientras, esperando el aguacero de una decisión digna y justa, sobre la que no caigan granizos a destiempo ni manos que dejen para más delante la vendimia, cuando estén las uvas caídas en la tierra y los pájaros cansados de picarlas.

La importancia del ir o del no ir está, además de en la decisión que retrata a la persona, en las consecuencias –graves o leves, según la cosa— que acarrea el ir o el no haber ido. No es lo mismo quedarse este año sin cosecha que quedarse sin vino para siempre.

…Seguimos apedreando la luz. Y la luz apedreada hiere el corazón con sus cristales.


20 septiembre, 2014

DOMINGO XXV del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 20, 1-16

Foto: Arpa y luz. P.V.


LAS INJUSTICIAS DE DIOS


El paisaje de jóvenes sin trabajo, mano sobre mano en las plazas, es bien conocido en nuestras tierras de sol y despropósitos. Ellos aguardan, quemándose los dedos con la última esperanza, al propietario que refiere Jesús en el evangelio de hoy y que sale al amanecer, a media mañana y a la tarde buscando obreros para su viña. Los encuentra y les ofrece tres tipos de contrato: a los que trabajen el día entero, un denario; a los de media mañana, os pagaré lo debido; los de la tarde, tendrán que fiarse de su palabra. A la hora de los pagos, el amo cumple sus contratos y los jornaleros protestan porque le da el mismo salario a los que no han trabajado el mismo tiempo. He aquí, desde los ojos del hombre, las injusticias de Dios.

Sabemos por el derecho que justicia es dar a cada uno lo suyo. Desde estas palabras de Jesús, sabemos que su justicia consiste en dar a cada uno, no aquello que le pertenece, sino lo que es de Dios generosamente derramado en sus hijos. El mundo mide los tiempos, Dios mide las intensidades. El mundo valora lo que somos capaces de rendir; Dios entiende más de semillas que de cosechas.

Virgilio, en su Eneida, refiere los diferentes modos de mirar, descubrir y aprovechar una misma realidad, según las inclinaciones de cada uno. El poeta escribe: En un mismo prado el buey busca el pasto, el perro la liebre y la cigüeña el lagarto.

Cada uno busca el cumplimiento de sus necesidades. Cada uno reclama sus derechos, pero yo no he visto en la parábola que ofrece san Mateo que ninguno de aquellos hombres parados en el olvido propusieran mejorar la viña o agradecer al propietario su preocupación.

A Dios le exigimos constantemente que se ocupe de nosotros y nos regale. Él, como buen pastor, aparta las ramas torcidas del camino para que las ovejas se hieran lo menos posible en su destino de alcanzar abundancias. Las ovejas, sin embargo, sólo buscan entretenerse con los resplandores de la luna sin  preocuparle ni saber de donde viene la luz.



13 septiembre, 2014

DOMINGO XXIV sdel TIEMPO ORDINARIO Juan 3, 13-17

Cristo de Gauguin


CON SOLA SU FIGURA


Al pensar como hombres (tampoco podríamos pensar de otra manera), hubiésemos elegido una salvación más sencilla, parecida a la de levantar la mano y bendecir o la de presentarse ante los escombros de la vida con inteligencia y levantamientos de arquitecto. Sin embargo, Jesucristo eligió la Cruz para salvarnos y es inútil preguntarle las razones, aunque podríamos concluir entendiendo que su Cruz es el signo supremo del amor, la demostración más abnegada de la entrega: nadie puede creer que su cruz es la más grande después de haber mirado la suya.

Aquella Cruz sigue repartiendo madera en algunos países donde se mata por no creer, en muchas familias deshechas por hijos enfermos que miran y no ven, paraplégicos o enganchados, sin trabajo y al borde de arruinar las esperanzas. Hoy Jesucristo ya no muere en la Cruz, nos salva con sola su figura, dándonos a comer el Pan de su Cuerpo, sacando con su mano las astillas clavadas en nuestra circunstancia, dando sentido al horizonte de la Historia. San Juan de la Cruz es el capitán de aquellos que creemos que la hermosura salva y que Jesucristo es la hermosura toda, la conciencia de la luz acristalada.

Con las distancias salvadas, cada uno de nosotros puede seguir los pasos del Señor con la presencia y la palabra serenadas.

En nuestro entorno, hay personas como gigantes que se acercan arrinconando las sombras, dando manotazos a la tristeza: son los salvadores de la mañana que dan los buenos días, sonríen y ahogan en los pozos profundos los sinsabores. Con sola su presencia. Otros, también, son ellos mismos la oscuridad, los fantasmas de la memoria que van dejando en el camino del porvenir, como el niño del cuento, migajas resecas de tiempos perdidos.


Jesucristo nos salva hoy con sola su presencia. Y nosotros somos sus repartidores de pan, su pequeño almacén de buenas voluntades.

06 septiembre, 2014

DOMINGO XXIII del TIEMPO ORDINARIO. Ezequiel 33, 7-9 ; Mateo 18, 15-20

+PROFETAS EN EL TIEMPO
Foto: preparando la palabra 



 En su correspondiente etimología, profeta significa el que ha sido llamado para que hable. Aunque pueden situarse en diferentes épocas, pensando cristianamente podemos aceptar el inicio del profetismo alrededor de los años 800 a. d. Cristo.

Los argumentos que se entienden indispensables para considerar a un profeta como tal descansan en tres condiciones:

1.- INTIMIDAD CON DIOS. Llegar a su alma como el que (a un mes iniciaremos el centenario teresiano) atraviesa la puerta principal de un castillo hasta dar con la alcoba donde su corazón late y habla, propone, corrige y enamora. Y comprobar en un examen a fondo que lo que Dios le comunica no entra en conflicto con la palabra sagrada de las Escrituras.

2.- EL ANUNCIO DE LO ESCUCHADO, tanto en el susurro de la intimidad como el estudio coincidente de la Palabra de Dios trasmitida en los Santos Libros.

Los profetas han sido tradicionalmente fuertes en su decir apocalíptico y al mismo tiempo conductores de la continua delicadeza que Dios tiene con sus hijos, hasta comparar su cariño con la misma intensidad que el de los esposos. Oseas así lo manifiesta, Ezequiel lo confirma, Isaías se deshace en la delicia de un amor que habla; Amós fustiga pero, al mismo tiempo, no olvida que es cultivador de sicómoros y pone su gota de miel en la palabra.

Estas condiciones las actualiza Jesucristo en el evangelio de hoy invitando a que se llame primero, y a solas, al que yerra, más tarde con un testigo y, tras agotar todas las posibilidades, considerarlo como un extraño. Y, en cualquier caso, mantener hasta el extremo la esperanza.

3.-FIDELIDAD A LA ALIANZA que Dios hizo a Abraham, precisamente por haberle sido fiel, para que se multiplicara en el hijo, del mismo modo que las estrellas nacen ante los ojos como arenas que queman en busca de la nueva tierra, donde la leche y la miel se beben en arroyos. ALIANZA sucedida en Isaac, hijo de un vientre en desierto, de una esperanza seca. Jacob amansa la fidelidad después de haberla combatido.

El Señor Jesús, fiel a su Padre, vino a dejarnos acristalada la alianza firme del amor de Dios a sus hijos. Él pone el último lacre en el labio del beso.



…Nosotros, profetas de hoy, debiéramos seguir este camino con las mismas hechuras.