21 marzo, 2015

DOMINGO V de CUARESMA. Juan 12, 20-33





CUALIDADES DE LA NOCHE

Es profundamente significativo que unos gentiles quieran ver a Jesús, se lo propongan a Felipe, éste a los demás apóstoles y el Maestro, cuando se entera, responda con el discurso del grano de trigo y de la muerte.

Morir como condición para ver al Señor.

Morir, en este lenguaje de fe, es adentrarse en el espeso bosque de la noche. Morir para dar fruto es la única forma de nacer para que no se acabe el regalo de la vida. Y la noche de la muerte requerida para ver a Jesús tiene un sin fin cualidades que en tres pueden quedarse:

ES OSCURA. A la noche del trigo muerto le acompaña el velo negro del desprendimiento. Morir es dejar que vivan dentro y sin luz, a solas, las esperanzas. Atreverse a cerrar los ojos y mirar cómo se alejan en su olvido las costumbres y las cosas. Irse a la sombra dejando el resplandor clavado en la impotencia carnosa de los párpados. Y todo esto, para qué… para que se multiplique dentro el ansia de la vida, para que aprendamos a confiar en el Señor… Bastaría con eso si la fe en el amor de Dios creciera.

AUNQUE OSCURA, ES GUIADORA, porque la fe husmea en la noche hasta que encuentra en ella el tesoro escondido de la luz. De ahí que san Juan de la Cruz escribiera:

¡Oh noche que guiaste!;
¡oh noche amable más que la alborada!;
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
Amada en el Amado transformada!

La noche de la fe es un sueño largo, pero es un túnel que acaba en el abrazo luminoso del Padre donde los llantos de la sombra acaban cuando es capaz en el horizonte de estallar el día.

LA NOCHE ES SABIA

Una vez que rompe la mañana ya no vuelven los ojos a cerrarse. Ya la espiga reclama su derecho a salir de la tierra donde la muerte le enseñó a reconocer dónde estaba la vida. Escribe fray Juan divinamente que cuando se encuentra a Dios cesan todos los apetitos…

La sabiduría, en la escondida noche, nos ha abierto el conocimiento para que no nos conformemos con las migajas que el mundo y sus placeres puedan darnos, sino que vayamos derechos al banquete donde no acaban las frutas ni las presencias dichosas, en el único lugar donde continuamente crecen las alas de la música.


Queremos ver a Jesús?… Habrá que preguntarle al grano de trigo cómo puede uno morirse sin que nos caiga encima toda la sombra.

07 marzo, 2015

DOMIN GO III de CUARESMA. Éxodo 20 1-14. Juan 2, 13-25

(Foto: En Las Ermitas de Córdoba. P.V.)


EL REGRESO A LA ESCLAVITUD


Se ha repetido con frecuencia que nos pasamos la vida reclamando libertad para luego no saber qué puede hacerse con ella.

De sujetar a todas horas los cordeles que movían los barros, tenían las manos agrietadas. Y los pies, de tanto pisar la paja contra el lodo, no eran capaces de caminar hacia ningún destino. Aquellos faraones y sus esclavitudes habían hecho intransitable la vida de tantos judíos que alcanzaron Egipto creyendo estar cerca de la tierra prometida. Pero no. Las pocas horas de su descanso las empleaban en pedir libertad afinando cada día los violines de la palabra.

Y uno de eso días Dios les propuso, no la libertad, sino los modos para alcanzarla… Lo que vino después,  las arenas y las infidelidades, el maná, la rutina y los cansancios, está minuciosamente relatado en la Sagrada Escritura. Las condiciones de Dios se podían reducir en una frase: para conseguir la libertad es indispensable el exilio.

Después de largas travesías, aquella multitud tiene por fin a tiro de piedra lo tan insistentemente deseado. Dios será su Dios y ellos serán su pueblo. Dios saciará sus hambres y alejará sus miedos. No habrá más sangre en los dinteles de sus puertas ni tristeza de madre por los hijos maltratados. La libertad que trae Jesucristo se ha de derramar en sus voluntades como un agua perezosa sobre los desiertos.

Sin embargo, Jesús vio que el hombre, una vez más, no había entendido el gozo de ser libre. Ahora elige lo sagrado para esclavizarse con usura y engaños a las puertas del Templo. Cambia y negocia la libertad y el amor que tanto ha costado conseguir. El hombre regresa a la esclavitud e los porcentajes y las ganancias desmedidas, a las injusticias, a las nuevas cuerdas que arrastran los nuevos barros de las intrigas. De nuevo mancha irresponsablemente las inocencias del amor.

Ese es el motivo por el que Jesús lo arroja del Templo. Dolor le ha costado trenzar con sus manos un látigo que también hoy moja con el llanto de lo irremediable.