14 febrero, 2015

DOMINGO VI del TIEMPO ORDINARIO. Marcos 1, 40-45


DOMINGO VI del TIEMPO ORDINARIO

Marcos 1, 40-45


MODOS DE COMUNICARSE


A fuerza de tiempo y descalabros, hemos ido aprendiendo a comunicarnos con la punta de sabiduría necesaria para ser bien interpretados y obtener respuestas a la necesidad.

Antes de entrar en una habitación, llama, y pregunta si se puede;  da las gracias cuando recibes algo o matiza un por favor cuando algo has de pedir… nos enseñaban cuando niños. Da gusto la serenidad que deja una educación que se ampara en gestos precisos que sepan dulcificar la convivencia. Una mirada limpia, una postura de labios, un silencio expresivo definen a quienes tenemos en frente o nos dejamos definir por ellos. Es requerida por todos la persona que aprendió a domesticar sus expresiones.

El leproso que hoy nos presenta san Marcos tuvo tiempo de sobra para ensayar qué le iba a decir al Maestro cuando pasara, de qué forma casaría la palabra con la herida. Nada más verlo se puso de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme… Parece que estaba allí García Trinidad cuando escribió: El dolor se hizo carne ensimismada / y comenzó la cuenta de los días.

Loas días que se encienden de salud son los que merecen ser contados. Y la salud comienza con el acomodo del alma a las manos del tiempo. Salud es encontrarse con Jesucristo en cualquier encrucijada donde la sombra acecha para que regresemos a la angustia.


No digo yo que el milagro se lleve a cabo por cómo le pedimos a Dios las cosas, pero la elegancia de las palabras y los gestos ayudan mucho. San Juan de la Cruz, que tan profundamente lo conocía, escribe que tiene Dios tal condición que se deja enredar en un cabello. Saber pedir es un arte y saberlo agradecer nos convierte en poetas.

(Foto: Montoro supo pedir su hermosura)

07 febrero, 2015

DOMINGO V del TIEMPO ORDINARIO. Marcos 1, 29-39

Ermitas de Córdoba. Ladronas de silencio. P.V.

TODOS TE BUSCAN


Si pudiéramos darle nombre a los mil canalillos que se cruzan en el pensamiento, reclamando para sí sosiego y satisfacción, convendríamos en llamarle nido de pajarillos hambrientos a la espera del padre con su trasiego de gusanos en el pico. El mundo es una locura de bocas abiertas donde unos y otros nos buscamos para robarnos el gusano que se defiende aún de la sorpresa; aunque eso sí, procuramos hacerlo con exquisita elegancia, con educación de caballero andante… Todos somos ladrones.

A Jesucristo, según señala hoy, san Marcos, lo busca todo el mundo para robarle la salud que lleva, los atrevidos caminos de su palabra, el corazón con que ama, el pan que multiplica… Ladrones que se lo quieren llevar para robar la compostura de sus gestos y detenerla en el egoísmo de sus cuatro paredes, como se roba la cal de la luz para blanquear lo oscuro y decirle a los demás que estamos limpios.

Y Él se deja, porque Dios es más Dios cuando es robado.

Conscientes somos de salir a la calle y regresar a casa sin saber quién de verdad nos quiere. Aunque todos nos quieren para robarnos algo: dinero antes de que le corten el agua, la urgente sonrisa para una soledad, una palmada en el hombro que ratifique pequeñamente el sentido de su vida. Al fin, tenemos la necesidad de que nos quiten aquello que la fe multiplica en nosotros sin acabarse: un no sé qué dentro que se complace en sí mismo, una armonía robada a Dios en un descuido.

A Jesucristo también lo buscaron para tirarle piedras con la palabra o con las envidias, para criticarlo, para echarlo por los precipicios de la letra de la ley que no cumplía, para matarlo por blasfemo… Nadie pudo, sin embargo, robarle la vida, que muchos todavía quieren manipular con sabidurías recortadas, con buenos propósitos labrados en míseras esquinas… En más de una ocasión, yo he sentido vergüenza viendo cómo bostezan algunos incensarios.


Todos te buscan, Señor, también en este tiempo. Haces bien en seguirnos amando. Mejor haces dejándonos la cartera llena en las estanterías de todas las mañanas.