10 abril, 2015

DOMINGO II de PASCUA. Hechos de los Apóstoles 4, 32-35






LOS CAMBIOS DE LA PASCUA


Los tres versículos del capítulo cuatro de los Hechos de los Apóstoles, son, cada uno por separado, lingotes de oro para el pensamiento, el cambio y las palabras.

Cristo ha resucitado y ya nada debe ser lo que ha sido. Su Espíritu acecha entre los sicómoros de Jericó, se torna denso en los olivos de Jerusalén y exige una canción nueva para una vida diferente.

Aquellos primeros seguidores del Resucitado pensaban y sentían lo mismo, como subidos a una misma barca en la que se reflejaban azules los mismos horizontes. Cada uno con sus ojos veían distintos los rizos del agua, pero el agua era la misma. Pensaban, agradecidos, en las huellas imborrables que les marcó Jesús. Y lo sentían en su corazón lo mismo que siente una palmera las locuras del viento.

Dios los veía con agrado por el valor que tuvieron de defender lo suyo. Aireaban a sus discípulos con amor la figura del Hijo Resucitado y sólo sentían tristeza por el miedo que tuvieron antes de conocerlo… Me ha llegado una referencia del primer ministro británico, Cameron, felicitando en la Pascua de Resurrección a todo su pueblo y agradeciéndoles la tarea común de enriquecer al mundo desde los valores del cristianismo, hoy tan perseguido.

…Aquí, en España, a los políticos se les congela la palabra si tienen que hablar de Dios: ellos se debaten entre los votos y las sombras; temo que la luz, en medio, sea testigo algún día de cómo se ausentan las esperanzas. ¡Dios salve a América!, claman los presidentes de Estados Unidos y aquí, con la falta que nos hace, eso se pide casi en secreto únicamente en las iglesias, no vayan a ofenderse los descreídos.


Por último, nadie pasaba necesidad, refiere San Lucas en su libro… En Dios cesan todos los apetitos, escribe san Juan de la Cruz. Sin Dios, en seguida comienzan a florecer los egoísmos… Pascua es Dios que pasa y nos conviene de cualquier manera hacerle sitio.