01 abril, 2006

DOMINGO QUINTO DE CUARESMA (B) Juan 12, 20-30



LA HORA DESEADA

En más de una ocasión a Santa Teresa le arreciaban las ganas de Dios y clamaba porque llegase "la hora deseada" del encuentro. Ahora, en el quinto domingo de cuaresma, son claves las palabras de Jesús para que los discípulos se vayan haciendo a la idea de su muerte y de su despedida: "Ha llegado la hora"...La hora de la sangre. Porque todo amor, para que redima del todo, necesita morir. Para ser el otro, para adentrarse en el otro, es preciso que el amor se funda en la vida del otro, desviviéndose, derramándose.

Pero la sangre no es la desolación. La cruz no es la desolación, sino el lugar donde el amor se revela desmesuradamente, la fuente donde brota la confianza de que son firmes y verdaderas las promesas. "Te quiero", y luego la sangre compensada por el fruto que de ella ha nacido. "Te quiero", y en seguida, como en campo de amapolas, la cosecha al ver que ha merecido la pena. Ningún dolor duele del todo cuando aprovecha. Cristo, en la Cruz, necesitó tener ese consuelo porque, de lo contrario, hubiera sido tan grande el sufrimiento, tan ancho el nudo, que el ahogo no le hubiese permitido el deseado descanso de morir.

TURBADA EL ALMA

Tener turbada el alma es lo mismo que decir estoy temblando. Y se tiembla de frío, de haberse equivocado, de pecar se tiembla, de enfermedades, de malas noticias, de incertidumbres, de miedos, de tener enfrente la hermosura. Se tiembla, como hoja al aire, por la cortesía de una presencia. Se tiembla de vivir. El corazón del ser humano necesita una mano continua que apacigue los temblores, sobre todo, cuando el río del tiempo te anuncia que ha llegado la hora de la muerte. Y en el caso de Cristo, qué clase de muerte.

He sostenido siempre que hay soledades que no pueden acompañarse. Y esta de saber que está cercano el momento de morir, es una de ellas, la más sola, y precisamente por eso, la que más hace temblar, la más turbadora.

Escribe el poeta Muñoz Rojas que poco a poco todo lo vamos perdiendo: las gafas, las llaves, la memoria... que un montón de objetos perdidos es la vida. Hasta que se pierde también la vida. Yo creo que es entonces, sólo entonces, cuando se recuperan todos los objetos perdidos. Cristo, por eso, ha preferido ir perdiéndolo todo, como la mejor --acaso la única-- manera de encontrarnos.