ALIANZA INTERMINABLE
A los que escribimos, nos acompañan dos ansias: esperar una lluvia de papeles en blanco y verlos llenos de palabras hermosas que hayan nacido del corazón, de la belleza o de la memoria. Bastaría con descubrir lo que en el corazón hay escrito para desarrollar una vida entera. Jeremías nos dice hoy que, para que las palabras de amor no se las lleve el viento, Dios ha querido escribir a fuego en el corazón del hombre una alianza interminable, una inquietud de besos más allá de la ley, una continuidad de presencias que nadie podrá arrebatar aunque muchos lo intenten cada día.
La alianza nueva que Él nos trae no es algo que pueda decirse, sino una invitación para experimentar el arrebato de sentirse en vuelo sin huir de la tierra. San Juan de la Cruz insiste, porque lo ha vivido, que el corazón del hombre no se contenta con menos que Dios. Alejar al ser humano, con supuestos desarrollos y derechos, de esa experiencia trascendental es quitarle de beber licores de granada donde el rojo fuerte de Dios apaga el rojo tierno del deseo. El hombre ha sido creado para los placeres del paraíso, no para ser entretenido con zumo de naranjas caídas.
Encontraremos esa Verdad en un proceso de granos muertos y espigas resucitadas. Nadie, sino por privilegio, esquiva el sufrimiento de la intemperie y de la duda, de las noches oscuras y las nadas. Nadie se cierra los ojos a sí mismo, sino la mano de la luz que abre el instante intermedio entre la muerte y la vida. Desde Jesucristo, las leyes son esperanzas.