15 febrero, 2007

DOMINGO VII del T. ORDINARIO Lucas 6,27-38





SED COMPASIVOS COMO VUESTRO PADRE ES COMPASIVO.

Hasta que vino Jesucristo, parecernos a Dios era una locura; desde Él, al hombre comienzan a notársele los gestos del Padre, como el de la compasión. La diferencia es que Dios se compadece gratuitamente y nosotros para que sean tapados nuestros delitos.

El hombre necesita ser reparado, ser compadecido. Los delitos nos abruman, dice el salmo, pero a alguien tenemos que contárselos, a alguien de confianza para que comprenda con nosotros la debilidad y justifique, conm su afecto y su atención, nuestra impotencia. Como había escrito Terencio: necesitamos encontrar a alguien mayor que nosotros, pero que no le sea ajeno nada de lo humano. También Cicerón advertía que confesar es buena medicina para el que ha errado.

Jesucristo es compasivo hasta el extremo porque se ha metido hasta lo hondo de nuestra pobreza, se ha hecho el más desvalido de las criaturas. Sabe que el lobo sólo cambia de piel pero nunca de naturaleza. Así, desde su naturaleza inclinada, el hombre necesita una y otra vez la compasión porque una y otra vez, interminablemente, se equivoca.


CADA UNO A LO NUESTRO


Pero ser compasivos no significa sólo perdonar o sentirse perdonados, también significa ser acompañados. Compadecer es padecer con alguien, aunque no necesariamente en el sufrimiento, sino en los diferentes recorridos de su vida, con discreta preocupación, y especialmente con los más débiles.

Destacamos en este sentido a dos de los grupos más significativos que precisan de este acompañamiento:

-A los que no encuentran sentido a sus vidas, creyendo que lo que hacen es poco o poco aprovecha. Al sentir que no son amados, entienden que una vida así no merece la pena ser vivida.

Compadecemos a los que hoy se sienten así por enfermedad, por ignorancia o porque la sociedad les ha deformado los espejos.

-Y compadecemos a los que están solos sin haberlo querido y se levantan cada mañana mirando a un horizonte que no se desplaza. No es la primera vez que denunciamos vivir en el tiempo de las comunicaciones sin interlocutores.

Están solos los ancianos en sus residencias alfombradas o con aire climatizado y con todos los servicios a la medida de las leyes. Solos porque no son visitados por quienes son ellos mismos, sino como fruto de una caridad que ve en ellos su propia redención.

Solos la multitud de jóvenes en fines de semana, hablando y hablando entre ruidos, con vasos en la mano y sin proyectos en el líquido de sus palabras.

Solos los matrimonios que han visto cómo sus hijos crecieron y ahora se aburren por cumplir que ya han cumplido su tarea.

Guillén resalta hoy la soledad de nuestro mundo en un sólo verso: "Dame el aliento o lo que sea. Dame el aliento que me acompañe".

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