DIVINO Y HUMANO JUNTO
Todos los poros de la liturgia de hoy nos hablan en positivo del amor y la familia. A veces ha podido enseñarse el Génesis y la creación entera como un documento científico que recreara una historia que sólo es verdadera en su pedagogía. Únicamente la Luz de Dios es luz que nos trajo el conocimiento para ponerle en seguida nombre y color a los animales y a las cosas, para darle sentido a los acontecimientos de nuestra historia. La Biblia no es ciencia, sino el libro en que Dios ha escrito el amor y la dignidad del hombre para consigo mismo y con la naturaleza. Es un libro en que el Viento del Espíritu detiene el ímpetu de las olas en la orilla y ajusta el cometa de los sueños desde la fuerza de los brazos.
El hombre y la mujer fueron creados para un mismo emprendimiento, para que sujetaran juntos la hermosura provechosa de sus vidas. El cuerpo, escribía Olga Orozco, "es un suntuoso comensal en esta mesa de dones fugitivos". Y el alma, una promesa que se asoma a las mañanas de sol después de haber olvidado la escasa rodaja de la luna. Ambos, han de construir desde la fatiga y el silencio las calles que desembocan en lo maravilloso.
AMOR Y RESPONSABILIDAD
A primera lectura, San Marcos parece que pone en labios de Jesús argumentos intransigentes, decisiones irrevocables: "El que se divorcia de su mujer y vive con otra, comete adulterio"... El hombre, entonces, gozaba de todos los privilegios, tomaba solitariamente las decisiones; a su antojo, proponía acuerdos o redactaba actas de divorcio. La mujer no tenía más defensa que el amor y el cobijo de su familia. Y lo que yo interpreto que proclama Jesús es que fuese el amor, no sólo la defensa de una parte, sino la defensa mutua, el tesoro de la familia, la candela de los cónyuges. Porque el amor verdadero es más fuerte que la muerte, dice el Cantar de los Cantares. Y Meleagro, tanto en el amor confía, que escribe apasionadamene: "Iré de serenata. ¿Qué me importan los truenos ni los rayos?. Si cae alguno, tengo en la pasión mi escudo invulnerable".
Hoy, en la mayoría de nuestras familias, "se vive en pareja, porque es lo que se lleva", nos presentan al "novio o a la novia", a lo que siempre se le ha llamado amantes. Son relaciones, al fin, que duran lo que duran, como si la convivencia en intimidad fuera un modo de probar suerte en la lotería de la vida. Y nos señalan a los normales como antiguallas y a los que esgrimimos el Evangelio y la Iglesia como argumento, se nos acusa de "no ir con los tiempos".
Bien.
Pero la experiencia nos enseña que a los que dialogan y proyectan y se fortalecen en el noviazgo son felices de calidad. Se han enamorado de lo que es eterno en el otro y llegan a soportar con la misma alegría del principio, las arrugas del final y las enfermedades de siempre. Los inconvenientes de cada mañana y las ternuras de cada atardecer. Será para siempre su matrimonio, porque se han amado después de haber sido fuertes.
Puede haber, hay --y también la experiencia nos lo indica-- matrimonios que han luchado por mantener lo que su elección equivocada no es humano ni legítimo que mantengan. Una persona tiene derecho a equivocarse, aunque haya puesto toda la madurez de su parte para hacer sólida la familia. Y entonces, la Iglesia tendrá una palabra para su anulación, un argumento de Madre generosa.
Nunca olvidemos, sin embargo, como dice el libro de Tobías, que somos hijos de una bendición. Y con esa bendición de Dios, sostenida en la práctica de la fe, difícilmente los matrimonios enamorados se transformen en rutina de cenizas.
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