27 agosto, 2010

DOMINGO XXII del Tiempo Ordinario. Eclesiástico 3, 17ss ; Lucas 14, 1.7-14


¿Adónde el camino irá?...

LOS PRIMEROS PUESTOS

La más clara prueba de humildad la ha dado Dios al hacerse hombre, anonadándose, una palabra sonora que casi termina en la nada.

A los humanos, bajar es lo que más nos cuesta, sobre todo, cuando hemos subido artificialmente por unas escaleras quebradizas. Séneca advertía que, en general, las alturas suelen ser despeñaderos... Y se debe sufrir inmensamente cuando se descubre que en los abismos del olvido no hay más que sombras. Sin embargo, a cuantos vivimos en los artificios de este mundo nos cuesta trabajo aprender. Y se hacen pasillos en los ministerios para preguntar qué hay de lo mío, pasillos en la larga cola de las recomendaciones, pasillos en los claustros de los obispados... aguardando una señal que, si llega, nunca llega del todo. Al fin, la indetenible jubilación pone en su sitio a las grandezas.

Cuando Jesús, en el evangelio de hoy, nos recomienda que en los banquetes ocupemos los últimos puestos para que el anfitrión, viendo nuestra humildad, nos acerque más a la cabecera de la mesa, está haciendo una radiografía completa del corazón humano.

Los que andan en la verdad, llamaba Santa Teresa a los humildes, porque han podido y sabido reconocerla allí donde casi nadie era capaz de buscarla. Y esa verdad no abunda en el reconocimiento de nadie, sino en el deleite de saber que hemos gustado al Señor por el continuo empeño de seguirlo. La triste verdad es la que aguarda a los que han puesto su confianza en los altos manteles de la vida. La sabrosa verdad es la que esperan los que supieron asomarse cada mañana a la Palabra y encontrar en ella todas las recompensas.

...Casi acabando, Cristóbal Colón escribió una carta a los Reyes de España, con párrafos como éstos: Yo no emprendí este viaje y esta navegación para ganar honores ni riquezas. Hace mucho tiempo que la esperanza de tales ventajas ha muerto en mí.. Estoy abandonado. Quienes tengan sentido de la caridad, de la bondad y de la justicia, lloren por mí... Y es que, sólo Dios es buen pagador, dándonos, a la tarde de la vida, sus mejores monedas.

21 agosto, 2010

DOMINGO XXI del TIEMPO ORDINARIO . Hebreos 12, 5-7ss ; Lucas 13, 22-30


¡SEÑOR, ÁBRENOS!

A veces el Señor, como refiere poéticamente Isaías, hiere al violento con la vara de su boca y al malvado con el aliento de sus labios. Pero son formas de decir que tienen los padres cuando deben corregir a sus hijos; así lo señala hoy la carta a los Hebreos. Aunque al final, como el mejor Padre que es el Padre Dios, terminará cumpliendo lo que profetiza Miqueas: Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos.

Mientras tanto, Dios se ve en la obligación de corregirnos para que no concluyamos nuestra vida engordados por los caprichos y las veleidades, anchos e impotentes para atravesar la puerta del amor y la verdad.

Esforzaos (sería la palabra clave) por entrar por la puerta estrecha. ¡Esforzaos!

...Con frecuencia se camina en este mundo debajo del sufrimiento. La indigencia de muchas familias, las enferemedades irreversibles de algunos hijos; el trabajo duro, casi inhumano de bastantes hermanos nuestros... nos dan una idea de la estrechura por la que atraviesan en sus vidas. Para la subsistencia, estamos convencidos que es indispensable la lucha, el esfuerzo diario. No obstante, en lo espiritual, en aquellas negaciones o encauzamientos por donde hemos de dirigir nuestros apetitos, en las exigencias que conlleva el seguimiento de Jesucristo, caemos rápidamente en la flacidez, arguyendo que son mentalidades pasadas o sinsabores que hemos de evitar. Y se termina, en lo moral, cayendo en el relativismo del todo está bien según se haga y del no vivirá los sacramentos pero es un buen cristiano porque es una excelente persona. Queremos ensanchar la puerta cuando nos hemos dado cuenta de que no estamos en condiciones de pasar por ella.

¡Señor, ábrenos!. Somos los equivocados, los que creíamos que la educación cristiana era un trámite, los que entendíamos que nuestros hijos debían ser bilingües y estudiar buenas carreras para triunfar, sin hablarles demasiado de Dios para no importunarles en sus golosinas de juventud. Somos los mismos que unas veces te queríamos y otras te olvidábamos. Permite que pongamos remedio a lo que todavía tiene. Permítenos otra vez, Señor, comenzar a quererte.

14 agosto, 2010

ASUNCIÓN DE LA STMA. VIRGEN . Apocalipsis 11, 19ss ; Lucas 1, 39-56


VESTIDA DE SOL

Los periodistas, que quieren saberto todo, preguntaron a Borges bajando las escalerillas de un avión: -¿De dónde viene usted?. El poeta, con su profunda ironía, fue certero en la respuesta: -Y yo qué sé... ¡vengo de tan lejos!.

El Apocalipsis es un libro que viene de muy lejos, de las intimidades de San Juan, el apóstol que veía con más claridad las verdades cuanto más cerrados tenía los ojos.

¡María viene de tan lejos! En el más antiguo pensamiento de Dios ya estaba ella embelleciéndose con el oro de Ofir. Ya era su corazón cáliz inmenso donde recibir tanta gracia. Ya iba todas las mañanas a la escuela de la generosidad para fijar en los labios la decisión: He aquí la esclava del Señor.

En su lejanía, la Virgen agrupa todas las lejanías de los hombres y de los pueblos, sus viejos y constantes sacrificios; el ir y venir, el desasosiego y la calma de todas las familias; las dudas de no saber cómo tener un hijo a estas horas de la soledad y la certeza de que el Señor también en nosotros puede hacer maravillas. En María está el ser humano en toda su complejidad y hermosura, dispuesto a ascender con Ella al cielo después de que con Ella haya aprendido a trascender las cosas de la tierra.

... Y a sus pies un dragón, sigue diciendo el Apocalipsis, aguardando el nacimiento del Hijo para comérselo y echando del firmamento, mientras tanto, las estrellas barridas con su cola.

En la tercera estrofa de su Cántico, San Juan de la Cruz proclama convencido que no temerá las fieras, esas tentaciones del mundo y de la vida en las que, sin la pequeña luz de las estrellas apartadas con la cola del deseo, sucumbimos fácilmente.

¡Dragones a mí!, viene a decir David en el Salmo 33: Las tribulaciones de los justos son muchas, mas de todas ellas los librará el Señor.

















07 agosto, 2010

DOMINGO XIX del TIEMPO ORDINARIO. Hebreos 11, 1ss : Lucas 12, 34-38


El Arga a su paso por Miranda

CIELO, CAMPO, RÍO...

Bernabé de Jesús, un fraile compañero de fray Juan de la Cruz en sus tiempos de Segovia, declaró que el santo solía irse a las alturas del convento, entre cuevecillas naturales, y desde allí contemplaba el cielo, el río y el campo.

Tres paisajes que caben en una misma mirada y que son lección en la serena liturgia de este domingo.

El CIELO de la fe lo propone la carta a los Hebreos como el mejor modo de resolver la vida. Desde arriba --desde dentro-- nos llega la claridad que alumbra un porvenir oscuro sin la linterna de Dios. Abrahám no sabía adónde iba, pero sí sabía con quién iba. No llegó a pisar la Tierra Prometida, pero sí la saludó desde lejos con el pañuelo de su esperanza. Era el cielo lo que verdaderamente Dios le tenía reservado. Y a Sara, de tanto mirar a las estrellas, Dios le concedió un hijo que se multiplicó él solo en firmamento.

La fe de nuestra vida puede ser azul o estar nublada o generar tormentas imprevistas. Sin embargo, un latido diferente tiene el corazón del que cree, como si en su hucha de oro estuvieran llegando más aprisa las monedas. El creyente sujeta los relámpagos con la mano porque está acostumbrado a los ratitos de Dios, que abrazan con látigos de luz las largas soledades.

El RÍO que fray Juan miraba desde su cielo, el mismo que corre, pasa y sueña, se iba llevando los flujos de su sangre en una inquietud de naranjas caídas por llegar a la mesa. Él sabía, como nosotros, que donde está el tesoro allí vive el corazón. Y al río se le agranda la boca de risas cuando llega a la mar, que es su sueño y su destino. Aunque el río no sabe cuando va a llegar a su desembocadura, igual que el alma que serpentea como puede las orillas de la vida; a la hora menos pensada, en el instasnte preciso, Dios levanta sus brazos y nos inunda.

Y el CAMPO es la metáfora de la fidelidad. El jornalero cava, siembra, riega, mima la tierra porque sabe que su señor, a la hora de la cosecha, notará las proporciones de la abundancia por el esfuerzo y la constancia de quien Él hizo responsable. Dios no llega de pronto para sorprender, de pronto llega para premiar... y si hay recodos en el campo que descuidó el labriego, Él se pone delante para que no se vean las torpezas. Él crea de pronto las espigas que faltan.