¿Adónde el camino irá?...
LOS PRIMEROS PUESTOS
La más clara prueba de humildad la ha dado Dios al hacerse hombre, anonadándose, una palabra sonora que casi termina en la nada.
A los humanos, bajar es lo que más nos cuesta, sobre todo, cuando hemos subido artificialmente por unas escaleras quebradizas. Séneca advertía que, en general, las alturas suelen ser despeñaderos... Y se debe sufrir inmensamente cuando se descubre que en los abismos del olvido no hay más que sombras. Sin embargo, a cuantos vivimos en los artificios de este mundo nos cuesta trabajo aprender. Y se hacen pasillos en los ministerios para preguntar qué hay de lo mío, pasillos en la larga cola de las recomendaciones, pasillos en los claustros de los obispados... aguardando una señal que, si llega, nunca llega del todo. Al fin, la indetenible jubilación pone en su sitio a las grandezas.
Cuando Jesús, en el evangelio de hoy, nos recomienda que en los banquetes ocupemos los últimos puestos para que el anfitrión, viendo nuestra humildad, nos acerque más a la cabecera de la mesa, está haciendo una radiografía completa del corazón humano.
Los que andan en la verdad, llamaba Santa Teresa a los humildes, porque han podido y sabido reconocerla allí donde casi nadie era capaz de buscarla. Y esa verdad no abunda en el reconocimiento de nadie, sino en el deleite de saber que hemos gustado al Señor por el continuo empeño de seguirlo. La triste verdad es la que aguarda a los que han puesto su confianza en los altos manteles de la vida. La sabrosa verdad es la que esperan los que supieron asomarse cada mañana a la Palabra y encontrar en ella todas las recompensas.
...Casi acabando, Cristóbal Colón escribió una carta a los Reyes de España, con párrafos como éstos: Yo no emprendí este viaje y esta navegación para ganar honores ni riquezas. Hace mucho tiempo que la esperanza de tales ventajas ha muerto en mí.. Estoy abandonado. Quienes tengan sentido de la caridad, de la bondad y de la justicia, lloren por mí... Y es que, sólo Dios es buen pagador, dándonos, a la tarde de la vida, sus mejores monedas.
A los humanos, bajar es lo que más nos cuesta, sobre todo, cuando hemos subido artificialmente por unas escaleras quebradizas. Séneca advertía que, en general, las alturas suelen ser despeñaderos... Y se debe sufrir inmensamente cuando se descubre que en los abismos del olvido no hay más que sombras. Sin embargo, a cuantos vivimos en los artificios de este mundo nos cuesta trabajo aprender. Y se hacen pasillos en los ministerios para preguntar qué hay de lo mío, pasillos en la larga cola de las recomendaciones, pasillos en los claustros de los obispados... aguardando una señal que, si llega, nunca llega del todo. Al fin, la indetenible jubilación pone en su sitio a las grandezas.
Cuando Jesús, en el evangelio de hoy, nos recomienda que en los banquetes ocupemos los últimos puestos para que el anfitrión, viendo nuestra humildad, nos acerque más a la cabecera de la mesa, está haciendo una radiografía completa del corazón humano.
Los que andan en la verdad, llamaba Santa Teresa a los humildes, porque han podido y sabido reconocerla allí donde casi nadie era capaz de buscarla. Y esa verdad no abunda en el reconocimiento de nadie, sino en el deleite de saber que hemos gustado al Señor por el continuo empeño de seguirlo. La triste verdad es la que aguarda a los que han puesto su confianza en los altos manteles de la vida. La sabrosa verdad es la que esperan los que supieron asomarse cada mañana a la Palabra y encontrar en ella todas las recompensas.
...Casi acabando, Cristóbal Colón escribió una carta a los Reyes de España, con párrafos como éstos: Yo no emprendí este viaje y esta navegación para ganar honores ni riquezas. Hace mucho tiempo que la esperanza de tales ventajas ha muerto en mí.. Estoy abandonado. Quienes tengan sentido de la caridad, de la bondad y de la justicia, lloren por mí... Y es que, sólo Dios es buen pagador, dándonos, a la tarde de la vida, sus mejores monedas.