CON SOLEDAD Y LLANTO
La vida, poco a poco, se va matando a sí misma. Y a sí misma se exilia y se desplaza. A Jesús le ha llegado la hora de su despedida y deja a sus amigos, a los que ya no pueden vivir sin Él, con soledad y llanto en este valle hondo y oscuro, que escribiría fray Luis de León. Les deja con la promesa de volver.
A lo largo de estos tres años los discípulos han estado cabalgando entre lo real y lo irreal. La doctrina que vivían del Maestro les dejaba cautivos y perplejos. Entre tormentas, barcos llenos de peces, milagros, promesas y advertencias se les fueron yendo las horas de aprender sujetos a su palabra y a su mano. De todo eso les va a quedar su Espíritu, y con Él navegarán sobre otras tempestades: las del corazón de los hombres subidos a sus circunstancias. No estarán solos. No estaremos solos, pero el tacto de la piel y su palabra se habrán ido para siempre a encerrarse en la memoria de quienes tuvieron la suerte de coincidir con Él en la predilección y en el tiempo. Ahora, el turno es de la Iglesia y del Viento, de las soledades que serán asistidas por las promesas, de los fuegos que vendrán para que el saber de Dios no sea una luna fría... Mas, aunque todo sea igual, nunca será lo mismo.
Volverá. Ha dicho que volverá. Mientras tanto, subir será nuestra tarea. Mientras tanto, Dios será como ese pájaro sagrado que se hace invisible en las ramas de la vida pero que oímos su trino imparable y melodioso. Algunas plumas nos caen en los cielos de invierno. Nunca se le ve, pero canta, canta, canta.
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