Escondidos en las cañasEL ABISMO
Al pobre se le distingue por el modo con que mira la bandeja de frutos, por el escaso atrevimiento a la esperanza, por los vasos de latón con los que van a por agua. Por las lágrimas constantes, por los hijos desnudos, por no tener cartillas de banco ni gente alrededor que se juegue su vida por la de ellos. Cada vez que se asoma a mi vida un pobre siento una vergüenza tal que me escondería también detrás de las cañas transparentes de la responsabilidad.
La pregunta, que nos incumbe a todos y a todos nos interpela, siempre está en el flujo del tiempo: ¿Cómo es posible que en un universo tan abundante haya personas que vayan a morirse a las cunetas de la vida, niños con los vientres hundidos y moscas alrededor de la sangre que no puede cubrirse ni siquiera con mínimas gasas? La respuesta no es otra que el ABISMO del que nos habla san Lucas en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro.
Entre muchos ricos y los pobres existe una distancia abismal de comprensión. Ponerse en lugar del otro es muy difícil cuando el otro no tiene lugar donde ponerse. Tampoco creo que sea eso lo que nos pide Jesucristo, sino ayudar apasionadamente a crearle al pobre un espacio de dignidad, un trabajo digno desde el que pueda sentirse valorado y, desde la fe en el Señor, también sentirse querido. Con el trabajo se acabaría la pobreza y los vasos de latón para beberse los malos tragos de la vida y las lágrimas con tanta sal que ni los pañuelos enjugan.
Luego están los otros pobres, los del alma, más escondidos y que suelen arrastrar hasta los últimos días la falta de luz en sus pasillos, el desprecio de los que han inventado la normalidad que ellos no pueden cumplir, el sufrimiento de saber que todos los acogen pero nadie sabe darles una respuesta que los nivele de verdad a los comunes privilegios... Parece que el papa Francisco está enseñando su varita mágica de separar las aguas de este mar Rojo inmenso donde el corazón humano anhela el puente donde encontrar su libertad.
Pobres. Pobres... Todos desaparecerían si los demás dejásemos un poco de ser tan ricos.
Al pobre se le distingue por el modo con que mira la bandeja de frutos, por el escaso atrevimiento a la esperanza, por los vasos de latón con los que van a por agua. Por las lágrimas constantes, por los hijos desnudos, por no tener cartillas de banco ni gente alrededor que se juegue su vida por la de ellos. Cada vez que se asoma a mi vida un pobre siento una vergüenza tal que me escondería también detrás de las cañas transparentes de la responsabilidad.
La pregunta, que nos incumbe a todos y a todos nos interpela, siempre está en el flujo del tiempo: ¿Cómo es posible que en un universo tan abundante haya personas que vayan a morirse a las cunetas de la vida, niños con los vientres hundidos y moscas alrededor de la sangre que no puede cubrirse ni siquiera con mínimas gasas? La respuesta no es otra que el ABISMO del que nos habla san Lucas en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro.
Entre muchos ricos y los pobres existe una distancia abismal de comprensión. Ponerse en lugar del otro es muy difícil cuando el otro no tiene lugar donde ponerse. Tampoco creo que sea eso lo que nos pide Jesucristo, sino ayudar apasionadamente a crearle al pobre un espacio de dignidad, un trabajo digno desde el que pueda sentirse valorado y, desde la fe en el Señor, también sentirse querido. Con el trabajo se acabaría la pobreza y los vasos de latón para beberse los malos tragos de la vida y las lágrimas con tanta sal que ni los pañuelos enjugan.
Luego están los otros pobres, los del alma, más escondidos y que suelen arrastrar hasta los últimos días la falta de luz en sus pasillos, el desprecio de los que han inventado la normalidad que ellos no pueden cumplir, el sufrimiento de saber que todos los acogen pero nadie sabe darles una respuesta que los nivele de verdad a los comunes privilegios... Parece que el papa Francisco está enseñando su varita mágica de separar las aguas de este mar Rojo inmenso donde el corazón humano anhela el puente donde encontrar su libertad.
Pobres. Pobres... Todos desaparecerían si los demás dejásemos un poco de ser tan ricos.
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