DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR. Hechos 1, 1-11 ; Efesios1, 17-23; Mateo 28, 16-20
CONVENCIDOS
Según Octavio Paz, la poesía no es la verdad, sino la resurrección de las presencias. Entonces, vivir cristianamente sería vivir poéticamente, porque nuestra misión de creyentes no es otra que la de resucitar las presencias de Cristo en cada acontecimiento, en cada toma de posición, en cada pálpito de la vida.
Este resucitar las presencias es de obligado cumplimento porque ahora nos toca vivir solos, sin la palabra del Maestro que corrige, sin la fuerza de su mano, sin sus ojos. Nos queda, sin embargo, su Espíritu, que es su Amor hecho Viento y caracola, suavidad que desata las cadenas del alma; vendaval, también, que empuja a la sinrazón de los abismos. Nos queda su Espíritu, pero estamos solos con la inmensa carga de su memoria, con la eterna preocupación de no saber si seremos capaces de resucitar debidamente sus presencias.
Jesús asciende hoy al cielo y ahora nos queda el sabor de su agua ofrecida en otro cántaro, una loca manecilla de reloj en la muñeca del tiempo, un Gólgota sin sangre cambiado en escalera de llegar al Padre.
Ahora nos toca vivir sin Él. O con Él vivir de otra manera. Nos toca amamantarnos del pecho de su memoria viva. Es Él, siempre será Él, vivo y nuevo en la Iglesia, pero sabiendo que algo también lo hemos desfigurado con humanas interpretaciones, algunas cicatrices tiene de nuestras viejas heridas. Lo vemos, lo vivimos, pero como se ven las cosas, como se viven y se ven los rostros desde unos ojos bañados en lágrimas.
Más que nunca hoy pedimos con san Pablo que el Espíritu nos dé sabiduría y revelación para su entero conocimiento. Al menos, para un conocimiento suficiente que nos permita convencernos de que lo mejor que podía pasarnos en la vida es creer en Jesucristo y gritarlo misioneramente en las esquinas de cada conversación, ante las cabezas más duras y los corazones más helados.
Convencidos para que no parezcan una ridiculez los gritos al mundo. Porque llevamos, sin saberlo, cascadas de luna en las palabras, mientras los músculos de la verdad mueven las manos y los brazos hasta resucitar del todo la presencia de quien se nos ha ido para que aprendamos solos el oficio de vivir, sin que por eso se olvide de la promesa que nos hizo de no quitarnos nunca los ojos de encima.
(Foto: Al atardecer)
31 mayo, 2014
17 mayo, 2014
DOMINGO V de PASCUA. Juan 14, 1-12
QUE NO TIEMBLE VUESTRO CORAZÓN
El río del pueblo solía crecer y crecer en los
inviernos. A los casi doscientos habitantes les dolían los brazos, las manos,
los riñones de tanto achicar agua en las calles para que no superara el
bordillo de sus casas y acabara dañando los muebles, las copas, las tazas de
china, que nunca se usaban, en los chineros. Llegaba el invierno y todos
temblaban. Pero temblaban más cuando don Juan, el médico, se iba de vacaciones
y quedaban expuestos a los vaivenes de la desolación, sin las pastillas que
curaban los miedos a morirse. Uno de los niños vio cómo su perro temblaba de
fatiga tras alcanzar, en una rama baja, un pajarillo, que aún temblaba al ver
su ruina en los dientes del perro. Y María con su esposo Luis y un hijo
enfermo, temblaron especialmente aquella primavera porque se había perdido la
cosecha de trigo y de cebada. Las pocas aceitunas que quedaron ese año en el
olivar se quedaron temblando frente a los vientos desagradables de marzo. El
único consuelo de todos era saber que, de noche, también temblaban en sus ojos
las estrellas. Y la veleta del campanario. Y el nido enramado de las cigüeñas. Pero
el que más llegó a temblar fue el cura viendo cómo en su pueblo Dios temblaba
en su intimidad por el frío de tanta ausencia…
Hay dos razones esenciales, además, que motivan el
temblor del corazón humano: las cosas mal hechas y los tiempos perdidos. Para los dos temblores,
sin embargo, tiene Jesucristo remedios de olvido y de esperanza:
-Creed en
Dios y creed también en Mí… Él no ha venido a posarse en los jardines
intocables de la distancia, sino a poner flores y palabras sobre la tumba de
los errores y de la rutina. Y sentido y verdad y manos ha venido a poner sobre
el desierto de la desdicha, sobre las alcobas de la desolación. Ha venido a
decirnos que hay muchas y diferentes habitaciones en el castillo-corazón del
Padre, para que cada uno se instale y se goce en su color y en su anchura.
-Frente a los caminos del tiempo, Jesucristo
propone vías de eternidad, donde no se acumulan los cansancios ni florecen las
soledades ni se tiene conciencia de voluntades derramadas. Carecen de agujas y
de agujeros las horas junto a Dios: son como pájaros que vuelan sobre el cielo
incansable de la novedad, como niños dormidos que sólo despertaran a la campana
del hambre.
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