LA COSA o el crecimiento de lo insignificante
Ninguna palabra de la Sagrada Escritura es inocente. Todas llevan su picardía y su gotita de miel para el análisis y el aprovechamiento. Aunque en esta liturgia de hoy lo más destacable y significativo sea el Bautismo de Jesús y las consecuencias que apunta Isaías, la palabra que más me llama la atención es la que pronuncia San Pedro en el Libro de los Hechos: La COSA empezó en Galilea...
¿Qué COSA comenzó en Galilea? ¿Quién la inició? ¿Con qué intenciones? ¿Con qué resultados?
Era indispensable que la figura de Juan el Bautista, la de los apóstoles y, sobre todo, la del mismo Jesús quedaran fijadas en la valoración de aquellos judíos como una novedad aparentemente sencilla, sin alardes ni menosprecios de la forma con que Israel entendía sus relaciones con Dios. Pero también era indispensable que ideológicamente se fueran preparando para la expansión y el desarrollo de la COSA, que en sí misma traía una salvación callada.
Acunaba la COSA Jesucristo en su llanto de niño, en su manera de aparecer, en su acierto al elegir. En la sangre de la Cruz y en la fuerza de Dios para correr la piedra de la muerte y caminar resucitado. Su intención estaba claramente determinada por el profeta Isaías: enderezar lo torcido, aplicar la justicia, cambiar las prisiones por la libertad, olvidar de raíz las equivocaciones y pecados de los hombres... amar desmesuradamente ante la sorpresa de un mundo estructurado.
Los resultados de la COSA que empezó en Galilea no pueden contarse ni medirse en estadísticas humanas. Lo cierto es que la vida hubiera sido diferente sin Él. Sin su referencia se desbordarían las actitudes. Sin su paciencia y su tarea, estaríamos aún preguntándole al sol por qué de noche se apaga. Sin la COSA empezada desde su corazón, sufriríamos sin remedio sequía de la Verdad, quedándonos sin saber para siempre adonde nos llevan los caminos.
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