LOS COLORES DE LA LUZ
El poeta se va suicidando poco a poco en sus versos escritos. El músico precisa que el volar del aire dibuje pentagramas en el horizonte... y el ciego, para sobrevivir, se ocupa cada noche de soñar con la luz.
¿Cómo soñarán los ciegos con los amarillos, con los azules y malvas? ¿Cómo contarles el mar y los blancos rizos del agua? ¿Cómo soñarán los otros ciegos con la imagen de Cristo? ¿Cómo podrán adivinar la luz que sale de sus labios cada vez que pronuncia con fuerza la palabra amigo o la palabra paraíso?...
Esto y todo lo demás, san Juan lo refleja en los múltiples caminillos de su palabra; mientras nos cuenta la curación del ciego de nacimiento, esconde intenciones en la oscuridad del recorrido. Y así nos va explicando, por el otro camino invisible de la palabra, que la verdadera luz es Cristo, deshecho en rojos de fuego cuando ama para que salga de su postración este hombre sin ver, tan impedido. Roja su voz al cerrar la fuente roja de la hemorroísa. Cálida y azul su propuesta, como el lago de la oración y los milagros, al convocar a sus discípulos para que llenasen el paisaje de la historia de la Buena Noticia que ellos habían tenido el privilegio de escuchar al oído. Morada, de lirio constante, su palabra al solicitarle a Juan en la Cruz que cuidara de la Madre y a la Madre que cuidara de la Iglesia...
La Luz. Toda la luz del mundo deshecha en colores en la boca de Cristo. Como una manera de decirnos que los jardines de su Reino están en medio de nosotros.
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