LOS SABIOS
Según las palabras de Jesús en el evangelio de San Mateo, los sabios de este mundo tienen demasiadas ocupaciones intelectuales como para entender lo sublime de la Revelación. O acaso lo dijera con ironía entendiendo que, entonces como ahora, se les llama únicamente sabios a los que saben darle nombre a las estrellas pero desconocen el por qué del instante preciso en que la luz las baña. Sabios que no están dispuestos a asumir, como Santa Teresa, que todo nos viene de Su mano.
Para el gobierno de las sociedades y para el gobierno de sí mismo, Aristóteles reclamaba la sabiduría de la virtud, que acerca todo pensamiento al bien común desde la encendida constancia de la fe, que equilibra la voluntad y sabe descubrir la mirada de Dios en cada cosa.
Suele decirse que el ser humano ostenta doble o múltiple personalidad. Que unas veces se le llenan los ojos de tierra y otros de espuma. Pocas se afirma, con San Pablo, que en la estrechura del ser cohabita el alma, sin parpadear en su destino de cielo; y el cuerpo, sujeto a los sabores inmediatos, encadenado al perfume de la rosa. La feliz convivencia sólo es posible con la virtudes que propone Aristóteles para el buen gobierno, entre las que debe destacar la obediencia al seguimiento de Cristo como garantía de lucha y de conquista. Virtud también de aunar lo más posible los resplandores partidos, de una y de otro, agradeciendo que todo venga de Dios, que todo nos llegue de su mano.
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