Detrás de una palabra bien dicha hay siempre un milagro escondido. Empezó la Virgen Santísima con aquel: no tienen vino. En Marta y María fueron sus lágrimas y su si hubieras estado aquí, las que devolvieron a Lázaro a la vida... Ahora esta mujer extranjera con hija y demonio dentro, devuelve ternura al aparente desprecio de Jesús y provoca el milagro su natural delicadeza. Los perros se vuelven cachorros y las migajas con las que se conformaría se transforman en vida y abundancia.
Estoy convencido de que la fe hace más exquisita la palabra y el gesto más entrañable.
El milagro de este agosto difícil vendrá inevitablemente de las palabras vibrantes y verdaderas que nos transmitirá Benedicto XVI. Ya la incontable muchedumbre de jóvenes se ha anticipado encendiendo antorchas de fe en su rostro. No hay más que verlos: tienen la alegría inconfundible de la paz. Como otros muchos jóvenes del mundo, éstos que aguardan al Papa sufren también desajustes sociales, sueños incumplidos, trastornos en el alma o en el cuerpo... pero ellos tienen a Jesús, ellos tienen su paz. Y alcanzarán con Él los desafíos o se convencerán definitivamente que el mejor destino es encontrarlo. Lo demás vendrá como una radiante añadidura.
Mujeres y hombres con mucha fe en Madrid, pidiendo a Dios con el Papa un corazón nuevo sobre la Tierra, donde los niños tengan pan y en los mayores se vayan cumpliendo las esperanzas.
Jesucristo escucha mejor cuando mejor se saben pedir lo que conviene.
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