CORRECCIÓN FRATERNA
El centinela es el que avisa, no el que ataca. Ezequiel nos brinda el conocimiento del sitio donde hemos sido puestos por Dios: una atalaya, la altura desde la que se divisa el horizonte y sus peligros... y las salidas del sol por las mañanas. Por las almenas de las atalaya nos pide trasmitir la Verdad que nos ha sido comunicada desde el servicio al Evangelio y a la Iglesia.
Para eso y para todo es indispensable el amor. Porque con nadie debemos tener otra deuda.
Los avisos y las correcciones fraternas que el Señor nos pide que hagamos en el evangelio de hoy, sólo pueden transformar las vidas propias y las ajenas si se hacen con amor. Nadie se deja corregir sino por aquel que antes le ha amado. Sólo se acepta la corrección si viene sin envidias, sin malas intenciones, sin arrogancias o superioridades. Cristo, el Hijo de Dios sin pecado, se bajó a la llanura para corregirnos desde el mismo nivel de la humanidad.
Así, como el amor iguala, el corregido debe notar en seguida que no se le está llamando la atención con superioridad, sino por otro que también necesita ser corregido, que también es pecador.
Con amor y a la misma altura, los demás subirán con nosotros a la atalaya hasta que nos llegue la Luz y nos enseñe el Viento.
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