EL AMOR Y LAS UVAS
Las parras garantizan la sombra en los viejos patios de las viejas casas y, con los muchos racimos apretados, el vino llena las sobremesas de la vida. Jesús ha comprado las cosechas del mundo para que en el Vino de la Eucaristía recordemos su amor infatigable.
Parados y ociosos estaban aquellos jornaleros en la plaza, sin más porvenir que la esperanza y la palabra, cuando Jesús les invita a trabajar con Él en su campo y su tarea. Con un denario están bien pagados y no se lo piensan dos veces. Más tarde llegan otros y otros más tarde, que han de trabajar las pocas horas de sol que al día le quedan. A todos les paga igual porque su Amor no entiende de pesos ni medidas. Porque su Amor no es justo. Y se enfadan los que comenzaron a arrancar las uvas del amanecer...
Pensar al modo de Dios es desborde para las hechuras humanas de la inteligencia. Creemos tener los dedos para contar, la cabeza para los cálculos y el corazón para los deseos. Todo lo más, y raramente, unos ojos distintos y una fijación de ternuras, pueden retenernos sin pedir mucho a cambio. Dios no tiene en cuenta las viñas ni sus rendimientos, mira sólo la voluntad, las manos y los cansancios de los que decidieron seguirle, a pesar de las quejas.
Hoy, con tantos parados en las plazas. Con tanto personal contando, apenas sin remedio, sus tristezas, necesitamos muchos como Jesús que favorezcan el trabajo sin que miren demasiado sus ganancias. Hoy es tiempo de generosidades.
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