29 octubre, 2011

DOMINGO XXXI del TIEMPO ORDINARIO. I Tesalonicenses 2,7b ss ; Mateo 23, 1-12

Alambradas de la fe

LA DOBLE VIDA

Desde siempre, llevar una doble vida se ha considerado como una traición a la verdad, como el que saca su máscara de cada día para no parecerse a sí mismo. A esos, se les llama hipócritas, mentirosos, gente de poco fiar. Sin embargo, esa doble o triple o múltiple manera de vivir obedece a la muchedumbre de ansias que llevamos en el corazón y que, al menor descuido, se acomodan en lo alto las que más brillan dejando inmediatamente una satisfacción. Cuesta mucho trabajo sujetar las riendas de los deseos para que sólo asomen sus ojos los valores, la placidez de una vida virtuosa, la serenidad que regala en el comportamiento el haber ganado las batallas. Cuesta mucho trabajo sortear las curvas de la vida.

Hace muchos años, en una ciudad donde estudiaba, había colas en esa iglesia para confesarse con el mismo sacerdote. Pregunté, cuando pude, los motivos y una anciana supo responderme: este padre, digas lo que digas, siempre termina su consejo con una sola palabra: COHERENCIA. Y venimos a oírla de sus labios con el deseo de que alguna vez se nos meta en la sangre y dejemos libre a la fe de nuestras alambradas...

No basta sólo con escuchar la palabra coherencia, es preciso educarse en ella desde el principio y, si no se ha podido, nunca tirar la toalla del desaliento a pesar de los años y los hábitos, nunca desfallecer porque Dios se presenta en el alma cuando quiere y enciende en cada habitación la luz que necesita.

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