ENSEÑANZA Y MEMORIA
Estos días litúrgicos, de tanta luz apetecida, nos asientan en la esperanza de saber que la sabiduría está al alcance de la mano y del tiempo, aguardando que el Espíritu llegue para enseñarnos y recordar cuánto conocimiento se esconde aún en los viejos relojes de la Jerusalén que vivió Jesús, cuánta miel todavía en la corteza de sus murallas.
Nos recuerda hoy el Apocalipsis que la ciudad en la que Dios esté presente no necesitará ni sol ni luna que la alumbre, que su sola llamarada será memoria de eternidad, sabiduría crecida sin esfuerzo. No habrá párpados en los ojos del tiempo ni miedo en los pliegues de la ignorancia. Sólo Él, como pájaro inmenso, bebiéndose la sombra...
Aquella mujer, Rosario, rebosante de paciencia y años, sostenía la mano de su marido, que más de una vez se había levantado contra ella. Todo indicaba que al esposo, muy a su pesar, se le estaba yendo la vida y quería aprovechar el tiempo escaso para llevarse a la otra la fijeza de un rostro que no supo amar al modo de un hombre enamorado. Los dos últimos días, ya sin palabras, no cesó de mirarla, como si la luz sostuviera una penitencia extraña, como deseando que Rosario borrara su dolor antiguo... No se encontraron manos de hijos ni de parientes que pudieran cerrar aquellos ojos. Nadie pudo remediar en sus ojos muertos la oscuridad de lo mal hecho...
Hoy aguardamos el fuego luminoso del Espíritu para que cambie las equivocaciones por aciertos y alumbre sin cesar el tormentoso y dulce tiempo que nos queda.
1 comentario:
Gracias, Pedro, por estas homilías que nos regalas. Desde el Río de la Plata, un apretado abrazo de reconocimiento, memoria y gratitud. p. Mario Nigro-Izquierdo.
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