19 enero, 2014

DOMINGO II del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 49, 3.5-6 ; Juan 1, 29-34

Casulla usada por san Juan de la Cruz. Museo de Úbeda


EL FRACASO


Venía de una larga conversación con su exmarido. Recién casados, ella había dado a luz un hijo que nació después de muchos suspiros de amor, tras haber convocado a toda la sangre en sus labios. Pero el hijo les había nacido enfermo, tullido, desmayado y, luego de echarse uno a otro las culpas continuamente, decidieron separarse. Él se levantó una mañana y, en aquellos labios de besar madrugadas, estalló la palabra:

-Hemos fracasado... 

Ella abrazó sola a su hijo y cada día agradecen a Dios la vida en una dulce esperanza...

Todos hemos construido el porvenir desde los sueños. Vista así, la vida que nos proponíamos sólo llevaba equipaje de fiesta, únicamente pensábamos en regalos y en sabrosas mañanas y, sobre todo, no pasaba por nuestra cabeza el desatino de fracasar: acertaríamos en la carrera elegida, en las condiciones de la persona que acompañaría nuestros pasos, en una razonable inteligente hermosura para nuestros hijos: la felicidad así puesta de pie serviría de muralla contra la vejez. Después... todo o casi todo ha sido distinto. Pero nadie, ni nosotros, ni mucho menos los que no saben ver más allá de sus ojos, pueden decir que hemos fracasado, porque la circunstancia, desde la fe, permitió transformar el destino de regalos que traíamos para nosotros en un don para los demás. No, no ha sido nuestra vida como la pensábamos, pero sí como los demás la reclamaban, como Dios la propuso. Salvados los otros con nuestra desinteresada compañía nos hemos vacunado para siempre contra la soledad.

Cristo Jesús, el Señor, fue para muchos un fracaso, porque ni el Padre quiso redimirle de la Cruz, pero su vida no ha sido una equivocación ni su sangre una tristeza derramada: gracias a Él, una presencia tierna y viva ocupa nuestra vida de creyentes.

Escúchate el corazón y vivirás con asombro los triunfos de Dios sobre el porvenir de los hombres.

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