CAMBIAR DE VIDA
CAMBIAR LA VIDA
Jesucristo, desde el evangelio de san Mateo, nos aborda otra vez con una vieja palabra conocida: Convertíos. A esta propuesta. Para esta larga escalada de empeños, pienso que se ha de comenzar amparados en una doble reflexión: CAMBIAR DE VIDA. CAMBIAR LA VIDA.
Para CAMBIAR DE VIDA es preciso reconocer primeramente que ésta que llevamos en sombras aguarda una luz, como escribe Isaías sobre aquella pagana Galilea de los gentiles. Sin embargo, esa vida propia que sufrimos a oscuras es la nuestra, ha sido hasta ahora la nuestra, por más que nos duela la herida del arpón que debimos esquivar y que nos pareció en su recorrido tan hermoso. Cambiar sí, las dulces trampas de la voluntad que tantas veces nos llevó de la mano a los abismos, por el seguimiento de Jesucristo, que cuesta tanto, pero que mucho más se goza.
A pesar de todo, que nunca nos duela demasiado sentirnos débiles. Van ders Meersch, en su Máscara de carne, intentó una y otra vez romper el daño que lo acristalaba. Al final, sin que se permitiera por eso tirar al suelo la toalla, le ofreció a Dios lo único que poseía: su pecado.
Casi nunca está a nuestro alcance CAMBIAR LA VIDA que nos rodea. Es más, el cristiano ha sido a veces ridículo intentando inútilmente ponerle crespones negros a las estrellas, porque la vida que conocemos alrededor es la consecuencia de muchos ojos que miraron desde muchas esquinas. Cristo, en su vida, abrazó de una manera especial a los pobres, es decir, a todos aquellos que no habían tenido, o no encontraron, o les habían robado las fuerzas para subirse a la atalaya, donde Su luz hace nuevas tosas las cosas y se ve más claramente el paisaje de la verdad.
Con los años, la experiencia me dijo al oído dónde esconde la lluvia sus paragüas. Hay verdades que serán siempre incuestionables; para nosotros, las transparentes verdades de Jesucristo. El mundo se recorre a sí mismo, los políticos desapareen, se marchitan las ideologías... y Él permanece con su ramo de olivo en el corazón y en la palabra de la Iglesia.
Para todo lo demás, procedamos como el cuerdo Hamlet, que se hacía el loco a la hora de hablar con los que habían matado a su padre... Con más frecuencia de lo necesario, nos metemos en jardines y opiniones que no nos corresponden porque no son esenciales, porque no dañan el evangelio: la vida por la que caminamos es una constelación de dudas que sólo Dios conoce a fondo; nosotros, aún estamos navegando en las orillas de la luz sin los ojos precisos.
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