A MEDIA LUZ
Pocas palabras en nuestro vocabulario tan cortas y osadas, tan llamativas como la palabra luz. La luz sola sería suficiente para llenar de claridad un mundo en sombras, pero a la luz, para que sea más ella, se la viste de nostalgia cuando atardece, de tajada de luna si es madrugada; luz amarga llamamos a la luz que destapa los oscuros secretos y, si en ella palidece la inocencia, se la señala como luz antigua. Luz de fragua si es chispa de yunque. Luz a medias, de a media luz, si vives solo en el pisito que puso Maple en la calle Corrientes. Luz ansiosa, temerosa, luz dolida y deseada. Luz que llora detrás de los ojos de los pobres. Luz que tiembla a la hora de la muerte cuando no se ha hecho nada. Luz agonizante en el agua si dejamos que se marche la ola.
Hoy Jesucristo nos dice: Vosotros sois la luz del mundo.
Todas las luces juntas somos en una sola. Luz que no puede romper dentro del pecho porque la sombra la ahoga, recelosa de ser reconocida como demonio en traje de noche y lentejuelas. Noche que no es la de fray Juan, Amable más que la alborada, porque el Amado está ausente hasta que no regresemos de vestir al desnudo, de compartir con el pobre, de albergar en el 3,4,8 de la calle Corrientes a alguien que pise nuestras alfombras sin ruido; de arrojar las injusticias de las que somos responsables. Hasta que no llevemos el poema y el pan al que no sabe y al que no come. Isaías nos lo advierte: no esperéis que estalle en vosotros la luz de la aurora si no venís de banquetear con el mendigo.
Vosotros sois la luz del mundo.
Pero mientras, hasta que no sea verdad lo que hoy es apenas un escalofrío, a media luz estamos. A media luz procurando mantener callado el gato de porcelana para que no maúlle el amor. La luz a medias. A media luz la vida y Cristo detrás, con un candil en la mano.
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