08 marzo, 2014

DOMINGO I de CUARESMA. Génesis 2, 7-9ss ; Mateo4, 1-11

Jardines de Roma

PARAÍSOS PERDIDOS

Desde que fue creado, nunca se conformó el hombre con la quietud de los jardines. De entre las rosaledas, surgían las fuentes y se despertaban perfumados los membrillos. Y todo el año había uvas doradas, violetas, estremecidas de jugo a la par que las higueras se refugiaban en los granos de su dulzura... Así debió ser el Paraíso, pero al hombre le parecía poco tanta belleza y quiso saber qué escondía en su copa aquel árbol distinto del que Dios prohibió comer sus frutos.

En la Sagrada Escritura se nos recrea la conducta conocida, vieja y esperanzada de la humanidad. La serpiente seduce a la mujer con un conocimiento pleno si muerde la manzana y Adán, sujeto igual que hoy a su embeleso, decide con Eva hincarle el diente al misterio que Dios se ha reservado para sí. El resultado aquella desmedida ambición, de tal desobediencia, es el mismo que sufrimos hoy: desnudez y exilio, trabajo, sudor, escalofríos, lluvias de azufre, intactas agonías y, menos mal, que Dios les  permitió, y nos sigue permitiendo, la posibilidad de recuperar algún día el regalo perfecto de su paraíso.

...A nosotros, cada mañana nos ofrece la vida una selección exquisita de necesidades. Nada hay más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí.. el eco de esa canción nos persigue. Como si aquello de lo que carecimos fuese indispensable. Como si otras bellezas no nos hubieran colmado lo suficiente. En bandejas de plata se nos ofrece ganar más a costa de quien sea, salir de los muslos de la rutina a la búsqueda de otros más enjoyados de juventud y engaño. En otras bandejas nos muestran una falsa libertad a cambio de que Dios desaparezca de nuestros proyectos, porque los periódicos dijeron en su momento que Nietzsche lo había matado en el paredón de sus ideologías.  Más bandejas nos muestran encendida esa mentira de que la vida empieza cuando algunos suponen, interesadamente, que debe comenzar.

Bandejas, tentaciones al fin que, al caer en ellas, nos dificultan recuperar el Paraíso y tampoco nos permiten gozar del otro paraíso de los buenos amigos, de una paz acaudalada que nace cuando se conoce y se ama debidamente, cuando se comparte el pan de la mesa y el brillo de las frutas. Se pierde también el paraíso de este mundo al no saber que ese perfil de sombra a nuestro lado es el Dios deseoso de ser reconocido en lo difícil de la vida, en los metros de la abundancia.

Paraísos perdidos por unas monedas con las que no se puede comprar nada que merezca la pena. Es hora de seguir a Jesucristo y esperar con él a que los ángeles nos sirvan.

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