PALABRA SEMBRADA
Más de una vez me he preguntado si las nubes al
abrirse sufren el parto del agua. Algún dolor habrá en esos vientres de algodón
hasta que rompen en aguas, como las madres, anunciando la vida.
Dios pronuncia hoy por boca de Isaías las más
bellas palabras y esta vez nos recuerda que, del mismo modo que el agua no
regresa al cielo sino después de haber cumplido su tarea de organizar el
crecimiento de los granos y los frutos de la vida, tampoco la palabra de Dios
volverá vacía a su regazo sin antes haber dejado el corazón del hombre empapado
en aguaceros de divinidad. Lo resume Enrique Gracia en su poema:
Hoy ha llovido todo el día,
dentro también,
donde tú y yo guardamos tantas cosas.
SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR… con una mano sujetaba
la alforja, con la otra esparcía la simiente. El viento, en su indolencia,
desparramaba con intención los granos para que algunos se secaran en la orilla
del campo; otros, junto a las piedras endurecidas de sol; sobre las zarzas, que
siempre destacan por arruinarlo todo, algunos granos también cayeron. Y por
fin, sin que los vaivenes del aire pudieran impedirlo, los muchos granos se
asentaron en tierra buena, donde el dolor no duele y el agua de la lluvia se
recrea.
A los discípulos, Jesús no tuvo necesidad de
explicarles nada. El distinguido amor por ellos fue sabiduría suficiente para
que la luz no les faltara a la hora de los descubrimientos.
Para los demás, sin embargo, se precisa la mano del
que siembra, que son nuestras manos multiplicadas desde Él.
Y la mejor enseñanza de esta parábola es reconocer
que todas las características de ese
campo están en nuestras vidas. LOS BORDES del camino en los que se desperdicia
la palabra sembrada son las cuchillas de la razón, que rechazan el grano y el
agua para quedarse en la sequedad de los argumentos; al fin, la filosofía es
una dama hambrienta de intimidades: la palabra de Dios ha de llegar a un
acuerdo con la duda, que surge del filosofar como de una fuente.
Quién no tiene PIEDRAS en su corazón?. Piedras
semejantes a una letanía de tristezas que ha ido dejando el Engañador
camufladas en la delicia de sus trampas. Duras siguen ahí dentro las piedras, insatisfechas, dolidas de no ser provechosas;
el grano sobre ellas es apenas un beso que resbala. También nuestras ZARZAS han
herido el grano de la palabra con sus puntas afiladas: son como uñas crecidas
en el butacón de la comodidad que alejan con excusas los compromisos de la fe.
La TIERRA BUENA por fin, gracias a Dios, ocupa más
espacio en nuestro corazón. Y es en esa disponibilidad a recibir el agua, a
embriagarse de presencias, donde el grano se hace mayor, las espigas llenan de
verde nuestros desiertos y pueden alimentarse las vacas flacas del complicado
tiempo que nos ha tocado vivir.
Es en la lluvia diaria de su Palabra donde Dios y
nosotros guardamos… tantas cosas!
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