APRENDED DE MÍ
Se quejaba
Escipión de que su único problema era comprenderlo todo. Y puede que se doliera
con motivo, porque saberlo todo de golpe es como impedir que la luna fuese
creciendo desde la estrechura de sus tajadas blancas o que a un niño no le
ofreciéramos la ocasión de ir reconociendo su edad en los juguetes.
Ir
desarrollándose supone el gozo inmenso de abrir los ojos día a día a nuevas
luces interiores, hacer propias las palabras, los gestos, las bondades de los
maestros que preparaban a la noche para nosotros la inmensa sabiduría de sus
perplejidades. Tanto me hubiese gustado convivir con filósofos como Séneca (de
nada sirve el silencio exterior si nos agitan las pasiones). O con poetas como
San Juan de la Cruz, que buscó para cada palabra un traje de sentido y
hermosura. Inmenso don Antonio Machado, que cuando fue niño soñó con un
caballito de cartón agitando sus crines al viento y, al despertar, se dolió de
que fuera mentira. De que casi todo sea mentira. ¡Cuánta magnificencia sellada
en María Zambrano que se pasó la vida intentando destacar lo divino del hombre!…
Tantos, tantos, tantos como me han hecho navegar en el río sin descanso de las
verdades y de las emociones.
Por eso,
comprendí al instante la actitud de algunos apóstoles, como Juan, que desde el
principio siguieron a Jesús embelesadamente, porque hablaba con la autoridad de
la mansedumbre, con la firmeza segura de quien vive con valores y los sabe
comunicar. El Maestro, el gran Maestro,
ha sido y es Jesucristo.
Hace unos días
regresé de Tierra Santa y agradezco a la fe que me permitiera verlo enseñar por
las calles estrechas, llorar sobre Jerusalén, curar a los enfermos, devolver la
luz a los ciegos, estremecerse con el pesar de los endemoniados. Rodeado
siempre de sus amigos que iban recogiendo en la cesta de la pobreza sus
enseñanzas, su amor desesperado, sus ganas de transformar el mundo.
APRENDED DE MÍ
Que soy manso y
humilde de corazón. Y lo que sobre todo iba
enseñando era humildad, el haberse hecho hombre siendo Dios. Con Él dejaron de
existir las distancias que nos separaban del Creador y comenzar a llamarlo
Padre como si tal cosa, como si los hijos lo mereciéramos.
Santa Teresa
escribía que humildad es andar en verdad. Desde Jesucristo, yo me he atrevido
con otra definición: humildad es poner a disposición de todos los dones
recibidos.
(Foto: Basílica Monte Tabor. P.V.)
(Foto: Basílica Monte Tabor. P.V.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario