11 diciembre, 2010

DOMINGO III de ADVIENTO. Isaías 35, 1-6ss ; Santiago 5, 7-10 ; Mateo 11, 2-11


EL GOZO DE SABER QUE VIENES


Nuestro poeta Muñoz Rojas, en su libro Rosa, se lamentaba delicadamente: Se me fue la vida intentando detener la hermosura. Así a nosotros, en cada año que pasa, en cada Navidad madrugadora, contamos con una grieta más en las manos, brotada por el afán de sujetar la Hermosura de Dios que se achica en Jesucristo que, aunque niño, desborda la cuna de los corazones. Creo que fue Rafael Guillén, mirando a su esposa, quien se dejó caer en un verso sublime: Dios cabe en el hueco de nuestras manos juntas. Si es la cuna el amor, no solamente en ella cabe, sino que también reposa.


Hoy tenemos la alegría de saber que viene para hermosear al hombre, para vestirnos de su luz y salvarnos, no con salvaciones de problemas concretos ni siquiera con el milagro de una fruta alcanzada, sino para salvarnos enteros, desde la entraña hasta la última raya del pensamiento, desde la intención de mirar hasta el abismo de ser.


Ah, Dios todo en el vientre del deseo, sostenido por los flujos inmaculados de María. Dios errante y quieto en la menudencia de un asombro. Dios acunado en las manos del mundo si el mundo fuera capaz de unir sus manos para sentir el peso de tanta maravilla. Paciencia, que ya llega. Paciencia, Dios a punto de nacer, que también nosotros llegaremos algún día al nacimiento pleno de encontrarte.

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