Cada año, la candela de la Navidad se lleva nuestros sueños escritos en el papel del tiempo. Cada año, ríos y relojes se dan cuerda a sí mismos para llegar a diciembre con agua limpia para la sed de todos y más horas con que agrandar el horizonte de la vida.
Pero sin el Niño, sin el Dios que nace, de lo quemado en la candela no brotará la esperanza de mejores sueños; los ríos y las almas se quedarán sin agua provechosa; y los relojes, nuestros relojes, echarán de menos la nueva maquinaria que fija la hora del amor en el corazón y las familias.
En nuestro Belén parroquial de San José, los ríos llevan a Dios el nombre y la necesidad de los más pobres; los fueguecillos de la fragua han de ofrecer a los solitarios la ternura infinita de lo pequeño; y el reloj que señala la estrella donde Jesús ha nacido se detendrá en el universo, como una flor de piedra, en el asombro luminoso de sabernos para siempre amados.
¡Feliz Navidad a todos!
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