TEMBLORES
La presencia de Jesús alejando los temblores de nuestro corazón debiera ser suficiente para que desaparecieran de nuestra vida las dudas y los miedos. Porque Él camina cada día a nuestro lado, incluso, como escribe san Juan de la Cruz en su Cántico, sabiendo que Dios nunca se ausenta del alma, aunque esté en pecado mortal.
Sin embargo, temblamos al ver un porvenir incierto en la creciente desertización de los campos y de muchas parcelas de juventud. Temblamos al aguardar el diagnóstico de una biopsia que, con incertidumbres en el gesto, nos mandó realizar el médico de cabecera. Temblamos al comprobar que, después de cotizar tantos años, apenas si la jubilación nos alcanza para pagar la multitud de impuestos que circulan los finales de mes por la autopista de los bancos a más de ciento diez kilómetros por hora. Y cuando descubrimos algún perfil oscuro sobre el horizonte, sentimos el temblor de la muerte como la más inquietante de las caricias. También, cuando comprobamos la escasez de vocaciones sacerdotales y algunas voces reclaman la ordenación de diáconos en nuestras parroquias, tiemblan de inseguridad muchos corazones que definen en la Iglesia.
...Que no tiemble vuestro corazón.
Necesitamos aferrarnos a esa piedra de la palabra divina porque estamos edificando hoy la ciudad de nuestros sueños con barajas de naipe. Todo creemos saberlo. El hombre se sabe dueño de la creación sólo porque puede edificar rascacielos sin haber aprendido aún a elevar a ese cielo las razones del alma... En estos días, en los que jóvenes y no tan jóvenes se concentran para pedir algunas legitimidades, se hacen espaldas unos a otros, son entrevistados para que expresen sus desencantos... ninguno de ellos ha preguntado por Dios, nadie solicita edificar la casa de su vida desde el evangelio de Jesucristo... Se les caerá la casa o se les quedará pequeña o agrietada a los pocos años. Nadie en las plazas pregunta por Dios, pero Dios todos los días pregunta por ellos.
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