25 febrero, 2012

DOMINGO I de CUARESMA Génesis 9, 8-15 ; Marcos 1, 12-15

Barco en Tiberíades

LOS ANILLOS


Ya desde el principio Dios se colocó una alianza en el dedo de su mano grande. Conociendo a su criatura el hombre, Dios sabía que le aguardaban alianzas continuas, estrenos de amor casi a diario. El primer anillo quebrado, a medias entre Adán y Eva, no pudo rodar por los jardines del paraíso y terminó enroscado en la serpiente. Más tarde habrían de venir las otras alianzas del Sinaí y las permanentes infidelidades de los hombres hasta que Jesucristo ofreció su corazón como una fragua donde bruñir la última alianza que, en oro y luz, en arcoiris, nos llega cada día a la tierra. Por su generosidad, con tanta mano abierta, podemos estrenar amor todos los días, como si nada hubiera pasado. Nosotros rompemos los anillos y el Señor los recompone para que vuelvan a lucir de nuevo en la fidelidad del sitio señalado.

En medio de este ir y venir, entre besos y olvidos, Jesús ha querido someterse a las tentaciones para que consideremos que la vida es una lucha. Que no se vence una vez y basta con eso, sino que la batalla por la entregaa la fe exige para ser ganada la presencia del Espíritu que cambia la arena del desierto por oasis que reponen el cansancio. Vivir es pelear, sólo se diferencian las victorias y los fracasos en las armas que esgrime cada uno. Los humanos, como en el poema, se conforman con soñar caballitos de cartón; los que queremos alcanzar otros destinos, buscamos caballos verdaderos.

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