LEPROSOS
Se habla tan poco de ellos que parecieran personajes de otro tiempo, fantasmas del evangelio con su campanita y su carne deshecha. Pero siguen ahí, en las dobleces de los mapas que nadie mira, en Etiopía, en India, en las esquinas del mundo, aguardando a Jesús para acercarse a Él. Leprosos de piel o drogas o sida o religión o sexo o pobreza o vejez. Hombres y mujeres alejados de la consideración del mundo, cubiertos con el pañuelo del olvido.
En sus Hojas de hierba, Walt Witman escribía: De cada color y de cada casta tengo yo algo, de cada rango y cada religión. Aspiro el aire pero lo dejo en plenitud para los demás...
Todos somos de todo un poco y respiramos, sin saberlo, el mismo Aire del Espíritu. Vivimos en una sociedad difícil donde el fuego de la sangre tapa con frecuencia los razonamientos y adonde el otro suele ser un extraño cuando piensa de modo diferente. Según las épocas hay que salir a las calles con la campana y el pañuelito diciendo: Impuro, impuro... Vivir cristianamente crea un compromiso de actuación, libertad y respeto a los demás que no siempre se entiende sino como una persona desfasada o integrista. Ser moderno es ser ateo. Defender la vida es ir en contra de los derechos. Ir a Misa es una pérdida de tiempo... Puede que en otro tiempo tampoco hayamos actuado bien aquellos que tenemos la responsabilidad de parecernos a Jesucristo.
Sin embargo, la Iglesia, aun a cuestas con su humanidad y su pecado, sigue siendo una Institución que atiende a los leprosos del evangelio y a los leprosos sociales, como una madre que escuchara improperios y siguiera dando besos.
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