ORAR, ANTES QUE NADA
El ser humano es compañero inseparable del sufrimiento. Job, que todo lo tuvo, se nos presenta, como el olmo viejo de don Antonio, herido por el rayo, podrido en lepra, igual que un esclavo fatigado que buscase la sombra: sin hijos, sin dinero, casi sin esperanza. Ni siquiera, en lo que queda de sus entrañas, tejen su tela sedosa las arañas. Pero hay en él, lo mismo que en el olmo machadiano, el asomo de algunas hojas verdes, como si otra primavera le brotase silenciosamente, como si la vida levantara sus manos frente a las manos caídas de la muerte.
Todos te buscan, reclaman sus discípulos a Jesús. Los muchos Job desorientados por los alrededores de la vida, los leprosos del desamparo y el olvido, los padres y los hijos de las familias rotas, los proscritos por su sexualidad o su pobreza, los huérfanos, los que salen a la mar y no le brillan los peces, los ignorantes, los atrevidos, los que viven detrás de una reja porque no supieron encontrar la libertad, los ancianos, los traspasados por el cáncer... Todos te buscan. Y los que aún no te encontraron, también te siguen buscando. ¡Qué agobio ser la orilla de tanta debilidad! ¡Qué inigualable corazón se necesita para no ahogarse en semejante tragedia!
Cuantas más voces gritan y más llantos reclaman, más se necesita la oración. Jesús busca su isla y su tiempo para orar. Y en la oración amamanta las desdichas de quienes le rodean, suplica por ellas y sale del encuentro con el Padre fortalecido y sereno, sabiendo responder y conformar a los que no han recibido más que sombras.
Solo, teresianamente a solas, sin más luz que la que ardía en su corazón de hombre, buscaba a su Padre desde el fuego de su necesidad y todos cuantos después lo hallaban de Él mil gracias recibían...
Indispensable es la oración para cambiar de ánimo y descubrir que es posible, entre tanta rama quebrada, tras los secos olmos de la vida, encontrar una rama florecida, el Dios seguro de la segura primavera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario