CORAZÓN DE ESPUMA
CABEZA DE PEDERNAL
Aunque casada, Trini era una señorita de pueblo con muchos
hijos, un buen marido y olivos y tierras pegando con las llanuras de Córdoba.
Siempre que iba a su casa estaba haciendo croquetas, quebrándole el tallo a las
habichuelillas, doblando calcetines, planchando camisas... con sus grandes ojos
verdes y las uñas pintadas. Allí, con ella, había comida para todos,
justificación para todos. Yo le preguntaba uno a uno por sus hijos y todos para
ella eran buenos... Qué nombre más propio te pusieron, Trini, , Trinidad de
corazón grande, de huevos siempre con patatas, de carnes a la plancha, Trini de
gozos y de anchuras.
Meditando hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, me he
acordado de Trini mientras leía el encuentro de Moisés con el Señor en el Sinaí
y la con conducta salvadora del Hijo prometido con el que san Juan nos recrea
dulcemente en el largo poema de su evangelio. Moisés viene a decirnos en el
Éxodo:
-Mira, Dios santo, a este pueblo que tiene la cabeza dura, que
no aprende, que me tiene siempre el corazón en un puño. Este pueblo mío y tuyo
en su navegación por el desierto, que no practica otra cosa que los olvidos. Es
infiel, se pasa las horas entusiasmado apeteciendo el oro del becerro, protesta
porque le falta agua habiendo probado tantas veces el agua de la fuente que sale
de tus labios... Pero ten compasión de él, haz que saboree de nuevo la libertad
de tus palabras...
Y Dios, que tiene aún más dura la cabeza y más larga la
paciencia, aguanta, insiste hasta que vea cómo sus hijos regresan de lo oscuro
a la paz de la conversación, al agradecimiento de los besos. Y al dictado del
Padre, como todo lo que escribe san Juan en su cuaderno, anota:
-Envío a mi Hijo, no para juzgar al mundo, sino para salvarlo.
Luego se quedara con nosotros para siempre su Espíritu porque
muchos aún no probaron de tu manos las croquetas, Trini, porque no alcanza para
todos la espuma rubia de los huevos fritos, porque faltan manos para tanta
caricia... Porque para ti todos tus hijos son buenos, Señor, todos caben en tu
pecho de Padre; mientras, los perros ladran afuera, desesperados, a las blancas
tajadas de la luna.
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