MISIONES
Mantendré en los ojos hasta el final los ríos de Argentina, sus parques, las calles, la bondad de sus gentes… Monseñor López había nacido en Rosario, pero era arzobispo de Corrientes. Nunca lo vi con anillos grandes ni con cruces llamativas sobre el pecho. Cuando, de tarde en tarde, volvía por sus pagos, paseaba por la avenida Pellegrini una cartera grande de cuero pegada a sí misma, quijotesca, no sé si por llevar algo en la mano o para guardar dos o tres folios donde apuntar necesidades. Una mañana fue a casa para decirme:
-Necesitaría que fuese una semana de misión a un pueblo de mi diócesis, en el que hace más de un año no ha pasado por allí ningún cura y están los hijos sin bautizar, las familias sin sacramentos… le delego todas las prerrogativas para que haga y deshaga, ate y desate.
Lelio y Jorge, dos estudiantes de medicina muy allegados a la parroquia, se ofrecieron a ir conmigo a Santa Rosa. Ellos tendrían poco más de veinte años, yo acababa de cumplir los treinta. Ni ellos ni yo teníamos más dinero que el suficiente para la gasolina del viejo Peugeot, con tres marchas al volante, noble y azul por los caminos.
El primer día no fue nadie a la iglesia “porque trae mala suerte”. Los demás, un desfile de jóvenes y ancianos, de niños llenos de polvo y juegos, hartos de yuca, que confiaban en algunos caramelos como sorpresa de nuestra visita. Éramos los misioneros. No había en Santa Rosa enfermedades contagiosas, sino desolación, tristeza de sentirse olvidados, de lo que también uno puede morirse.
La tarde del cuarto día llegaron a la iglesia en un caballo lento dos jóvenes hermosos con un niño en medio de apenas cinco años, que había recorrido con ellos más de treinta kilómetros:
-Venimos de lejos a que nos case y bautice a nuestro hijo. Nos duele vivir juntos sin Dios…
Comenzó a llover como si el cielo quisiera contestarles. En la ceremonia se besaron llorando, abrazando a su hijo. Yo no quise, no pude, acercarle mis pañuelos…
Día del Domund. Día de los misioneros. Ellos hacen lo que no podemos hacer nosotros. Ellos son santos.
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