DIOS CONFÍA
Trigales y viñedos son los campos preferidos del
Señor para hablarnos de mimos y de frutos, de vendavales y presencias. De uvas
que esperó sabrosas y el sol de la vida, sin embargo, se bebió el jugo antes de
llegar a la mesa.
Sobre el corazón de Israel. Sobre nuestro corazón,
ya en la Iglesia, Jesucristo ha construido con su mano el lagar donde pasar las
noches de la vendimia, miniaturas de andamios en las parras que sujetaran el
peso de los racimos cargados, protección de toldos que hicieran huir, de la
hermosura de la uva, los pájaros y el frío. Cuando se agotaron los regalos,
esperó en nosotros el fruto de su cariño, el vino de su trabajo…
Manos engañosas, ruindades de la indiferencia,
egoísmos marcados favorecieron el fracaso de los resultados y no fueron --y no fuimos— capaces de dar la cara ante la
decepción: matamos al Hijo que venía, no a pedirnos cuentas, sino a negociar
las devoluciones.
…En la vida también pasa: quien da al amigo lo
mejor, suele perder lo mejor y al amigo…
¿Qué hará el dueño de la viña, entonces?. Volverá a
meter su mano en los arroyos para que el agua lave la sangre con que mancha el
desamor de los hijos. Otra oportunidad y otra hasta que no haya tierra bajo
nuestros pies ni bocas que beban licores ni sean precisas las uvas. Dios
espera.
En alguna proporción también nosotros hemos sufrido
esa respuesta de los hijos más amados. Fueron educados para que diesen dorados
racimos y no agriverdes contestaciones. Acompañados con la vid crecida de la fe
y no para recibir de ellos los sarmientos cortados… Es, como escribe Antonio
Gamoneda, otra vez la luz debajo de la niebla
y un error dulce que nos cierra los ojos.
Dulces son siempre los errores de los hijos. Puede
que el tanto amor nos haya sin querer maleducado. Pero Él insiste con el Pan y
con el Vino. Dios confía.
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