RAMOS
Y OLVIDO
Y OLVIDO
+En invierno se llenan de musgo
las viejas puertas de las catedrales, los paragüas festejan la vida del agua
engrasando varillas, y el tiempo, ese viejo huraño que nos recorta los días,
vuelve con las palmas del domingo de ramos, con los perfumados olivos al paso de
Jesús, con los hosannas de un pueblo que, como todos, tiene mala memoria y
olvida demasiado pronto la presencia del Maestro y sus regalos.
Casi siempre que llega este domingo
de reconocimientos se me viene una pregunta controvertida, casi inútil: ¿Adónde escapar
de esa mirada?, ¿a qué isla remota se puede huir después de haber contemplado a
Jesús, subido al pollino, entre sonrisas bendiciendo y asomándole ya la cruz en
la lágrima dichosa, a unos días del desamor de un pueblo?
Nadie como el Cristo conoce el
grito de los triunfos pasajeros. Domingo de Ramos.
Pronto se les ha de olvidar a todos
la gratitud reciente de una niña resucitada, las piernas vacías del paralítico
junto a la piscina, la fuente por fin seca de la hemorroísa; el pan
interminable, tantos peces saltando por las bocas de aquellos cinco mil
sentados sobre la hierba… También nosotros, escogidos para creer gracias al
amor del Cristo, paseamos de oficio las ramas dobladas de los olivos, las
palmas de oro que mecen la plegaria este Domingo de gratitudes y sonrisas, con
las astillas de la soledad asomando ya por la calle del viernes…
Y es que en este mundo la gloria
es un ratito.
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