Cristo de Gauguin
CON SOLA SU
FIGURA
Al pensar como hombres (tampoco podríamos pensar de
otra manera), hubiésemos elegido una salvación más sencilla, parecida a la de
levantar la mano y bendecir o la de presentarse ante los escombros de la vida
con inteligencia y levantamientos de arquitecto. Sin embargo, Jesucristo eligió
la Cruz para salvarnos y es inútil preguntarle las razones, aunque podríamos
concluir entendiendo que su Cruz es el signo supremo del amor, la demostración
más abnegada de la entrega: nadie puede creer que su cruz es la más grande
después de haber mirado la suya.
Aquella Cruz sigue repartiendo madera en algunos
países donde se mata por no creer, en muchas familias deshechas por hijos
enfermos que miran y no ven, paraplégicos o enganchados, sin trabajo y al borde
de arruinar las esperanzas. Hoy Jesucristo ya no muere en la Cruz, nos salva
con sola su figura, dándonos a comer el Pan de su Cuerpo, sacando con su mano
las astillas clavadas en nuestra circunstancia, dando sentido al horizonte de
la Historia. San Juan de la Cruz es el capitán de aquellos que creemos que la
hermosura salva y que Jesucristo es la hermosura toda, la conciencia de la luz acristalada.
Con las distancias salvadas, cada uno de nosotros
puede seguir los pasos del Señor con la presencia y la palabra serenadas.
En nuestro entorno, hay personas como gigantes que
se acercan arrinconando las sombras, dando manotazos a la tristeza: son los
salvadores de la mañana que dan los buenos días, sonríen y ahogan en los pozos
profundos los sinsabores. Con sola su presencia. Otros, también, son ellos
mismos la oscuridad, los fantasmas de la memoria que van dejando en el camino
del porvenir, como el niño del cuento, migajas resecas de tiempos perdidos.
Jesucristo nos salva hoy con sola su presencia. Y
nosotros somos sus repartidores de pan, su pequeño almacén de buenas
voluntades.
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