Foto: Arpa y luz. P.V.
LAS INJUSTICIAS
DE DIOS
El paisaje de jóvenes sin trabajo, mano sobre mano
en las plazas, es bien conocido en nuestras tierras de sol y despropósitos.
Ellos aguardan, quemándose los dedos con la última esperanza, al propietario
que refiere Jesús en el evangelio de hoy y que sale al amanecer, a media mañana
y a la tarde buscando obreros para su viña. Los encuentra y les ofrece tres
tipos de contrato: a los que trabajen el día entero, un denario; a los de media
mañana, os pagaré lo debido; los de
la tarde, tendrán que fiarse de su palabra. A la hora de los pagos, el amo
cumple sus contratos y los jornaleros protestan porque le da el mismo salario a
los que no han trabajado el mismo tiempo. He aquí, desde los ojos del hombre,
las injusticias de Dios.
Sabemos por el derecho que justicia es dar a cada
uno lo suyo. Desde estas palabras de Jesús, sabemos que su justicia consiste en
dar a cada uno, no aquello que le pertenece, sino lo que es de Dios
generosamente derramado en sus hijos. El mundo mide los tiempos, Dios mide las
intensidades. El mundo valora lo que somos capaces de rendir; Dios entiende más
de semillas que de cosechas.
Virgilio, en su Eneida, refiere los diferentes
modos de mirar, descubrir y aprovechar una misma realidad, según las
inclinaciones de cada uno. El poeta escribe: En un mismo prado el buey busca el pasto, el perro la liebre y la
cigüeña el lagarto.
Cada uno busca el cumplimiento de sus necesidades.
Cada uno reclama sus derechos, pero yo no he visto en la parábola que ofrece
san Mateo que ninguno de aquellos hombres parados en el olvido propusieran
mejorar la viña o agradecer al propietario su preocupación.
A Dios le exigimos constantemente que se ocupe de
nosotros y nos regale. Él, como buen pastor, aparta las ramas torcidas del
camino para que las ovejas se hieran lo menos posible en su destino de alcanzar
abundancias. Las ovejas, sin embargo, sólo buscan entretenerse con los
resplandores de la luna sin preocuparle
ni saber de donde viene la luz.
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