06 septiembre, 2014

DOMINGO XXIII del TIEMPO ORDINARIO. Ezequiel 33, 7-9 ; Mateo 18, 15-20

+PROFETAS EN EL TIEMPO
Foto: preparando la palabra 



 En su correspondiente etimología, profeta significa el que ha sido llamado para que hable. Aunque pueden situarse en diferentes épocas, pensando cristianamente podemos aceptar el inicio del profetismo alrededor de los años 800 a. d. Cristo.

Los argumentos que se entienden indispensables para considerar a un profeta como tal descansan en tres condiciones:

1.- INTIMIDAD CON DIOS. Llegar a su alma como el que (a un mes iniciaremos el centenario teresiano) atraviesa la puerta principal de un castillo hasta dar con la alcoba donde su corazón late y habla, propone, corrige y enamora. Y comprobar en un examen a fondo que lo que Dios le comunica no entra en conflicto con la palabra sagrada de las Escrituras.

2.- EL ANUNCIO DE LO ESCUCHADO, tanto en el susurro de la intimidad como el estudio coincidente de la Palabra de Dios trasmitida en los Santos Libros.

Los profetas han sido tradicionalmente fuertes en su decir apocalíptico y al mismo tiempo conductores de la continua delicadeza que Dios tiene con sus hijos, hasta comparar su cariño con la misma intensidad que el de los esposos. Oseas así lo manifiesta, Ezequiel lo confirma, Isaías se deshace en la delicia de un amor que habla; Amós fustiga pero, al mismo tiempo, no olvida que es cultivador de sicómoros y pone su gota de miel en la palabra.

Estas condiciones las actualiza Jesucristo en el evangelio de hoy invitando a que se llame primero, y a solas, al que yerra, más tarde con un testigo y, tras agotar todas las posibilidades, considerarlo como un extraño. Y, en cualquier caso, mantener hasta el extremo la esperanza.

3.-FIDELIDAD A LA ALIANZA que Dios hizo a Abraham, precisamente por haberle sido fiel, para que se multiplicara en el hijo, del mismo modo que las estrellas nacen ante los ojos como arenas que queman en busca de la nueva tierra, donde la leche y la miel se beben en arroyos. ALIANZA sucedida en Isaac, hijo de un vientre en desierto, de una esperanza seca. Jacob amansa la fidelidad después de haberla combatido.

El Señor Jesús, fiel a su Padre, vino a dejarnos acristalada la alianza firme del amor de Dios a sus hijos. Él pone el último lacre en el labio del beso.



…Nosotros, profetas de hoy, debiéramos seguir este camino con las mismas hechuras.

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