+PROFETAS EN EL
TIEMPO
Los argumentos que se entienden indispensables para
considerar a un profeta como tal descansan en tres condiciones:
1.- INTIMIDAD CON DIOS. Llegar a su alma como el
que (a un mes iniciaremos el centenario teresiano) atraviesa la puerta
principal de un castillo hasta dar con la alcoba donde su corazón late y habla,
propone, corrige y enamora. Y comprobar en un examen a fondo que lo que Dios le
comunica no entra en conflicto con la palabra sagrada de las Escrituras.
2.- EL ANUNCIO DE LO ESCUCHADO, tanto en el susurro
de la intimidad como el estudio coincidente de la Palabra de Dios trasmitida en
los Santos Libros.
Los profetas han sido tradicionalmente fuertes en
su decir apocalíptico y al mismo tiempo conductores de la continua delicadeza
que Dios tiene con sus hijos, hasta comparar su cariño con la misma intensidad
que el de los esposos. Oseas así lo manifiesta, Ezequiel lo confirma, Isaías se
deshace en la delicia de un amor que habla; Amós fustiga pero, al mismo tiempo,
no olvida que es cultivador de sicómoros y pone su gota de miel en la palabra.
Estas condiciones las actualiza Jesucristo en el
evangelio de hoy invitando a que se llame primero, y a solas, al que yerra, más
tarde con un testigo y, tras agotar todas las posibilidades, considerarlo como
un extraño. Y, en cualquier caso, mantener hasta el extremo la esperanza.
3.-FIDELIDAD A LA ALIANZA que Dios hizo a Abraham,
precisamente por haberle sido fiel, para que se multiplicara en el hijo, del
mismo modo que las estrellas nacen ante los ojos como arenas que queman en
busca de la nueva tierra, donde la leche y la miel se beben en arroyos. ALIANZA
sucedida en Isaac, hijo de un vientre en desierto, de una esperanza seca. Jacob
amansa la fidelidad después de haberla combatido.
El Señor Jesús, fiel a su Padre, vino a dejarnos
acristalada la alianza firme del amor de Dios a sus hijos. Él pone el último
lacre en el labio del beso.
…Nosotros, profetas de hoy, debiéramos seguir este
camino con las mismas hechuras.
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